El micro ondas

Agustín Martínez

Memoria y plomo

PLOMO derretido. Cuarenta grados a la sombra en las calles de Granada. Es agosto y la ciudad se recoge puertas adentro. Exactamente igual que hace 72 años, sólo que entonces el plomo, además de venir del sol, lo vomitaban las bocas de los fusiles y lo recibían los cuerpos de miles de granadinos que murieron por ser fieles a la Democracia y la Libertad. En agosto de 1936, en Granada se mataba y se moría, en una especie de orgía de sinrazón, terror y miedo. Cada noche y durante una eternidad, camiones enfilaban el camino del cementerio, cuyas tapias fueron la última imagen que vieron los ojos de casi 3.000 de nuestros paisanos. Todo el mundo en Granada lo sabía entonces, lo supo después y lo sabe ahora. Casi 3.000 familias de la ciudad han vivido más de 70 años sabiendo el lugar donde fueron asesinados sus padres, hermanos o maridos. Durante más de 40, el plomo de la opresión y la dictadura les impidió cualquier manifestación pública de duelo. Sólo acudir a las tapias del cementerio -donde aún eran visibles las huellas de las balas- era considerado por cualquiera de los guardianes del régimen, cómo alta traición a sus principios fundamentales y eso, en Granada y en España, se pagaba muy caro.

Cuatro décadas de memoria en silencio que, después de treinta años de democracia, hijos y nietos de las víctimas pensaban que habían terminado; que por fin sabrían dónde se encontraban los restos de sus seres queridos; que, de una vez por todas, podrían señalar para el recuerdo de generaciones venideras los lugares del sacrificio, la ignominia y la vergüenza. Pues no. Tampoco ahora en Granada los ladrillos que recibieron la última mirada de casi tres mil personas pueden recordar su memoria con una simple placa.

Confieso que me resulta muy difícil entender las ¿razones? por las que, a estas alturas, una institución plenamente democrática como nuestro Ayuntamiento se opone a una sencilla placa en las tapias de nuestro cementerio. No entiendo que nuestro alcalde, representante de un partido político plenamente constitucional, no sea el primero en posibilitar ese modesto retazo de memoria. En una ciudad cuyo equipo de gobierno está dispuesto a sembrar plazas y avenidas de efigies, bustos y esculturas de paisanos, más o menos ilustres, choca profundamente que a dicho equipo le salgan granos cada vez que se habla de recordar la memoria de quienes dieron su vida para que ahora nosotros disfrutemos de las libertades cotidianas que tan caras fueron en otros tiempos.

No me negarán que entre Gallego Burín, Fray Leopoldo, el Chorrojumo, Clinton y el Aguador esta ciudad no puede hacer un modesto hueco en las tapias de su cementerio, para recordar a tres mil de sus hijos, asesinados cuando un lejano agosto derramaba plomo sobre Granada.

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