Mudarse a vivir a las series

Pánfilo, mi pegajoso inquilino, ha decidido mudarse a vivir a las series de televisión

17 de junio 2024 - 00:00

Estoy preocupado: últimamente veo a Pánfilo parecido al hombre del casino provinciano del poema de Machado Del pasado efímero: “Lo demás, taciturno, hipocondriaco, prisionero en la Arcadia del presente, le aburre; sólo el humo del tabaco simula algunas sombras en su frente”. Bueno, parecido, pero no igual, porque Pánfilo ni fuma ni se aburre del todo; por dos motivos: porque mi pegajoso inquilino disfruta de una laberíntica vida interior, que lo protege de la apatía, y porque las series televisivas me lo tienen muy entretenido. Pánfilo ahora no vive en los pronombres, donde habitó don Pedro Salinas, desde que decidió mudarse a la casa del “tú” y del “yo”, pero sí lo hace dentro de las series, y ya lo he notado algo desorientado, creyendo ser, unas veces, el Sheldon de The Big Bang Theory, otras, el policía vasco de Reina Roja, o el padre de la protagonista de La maravillosa señora Maisel, la exitosa serie norteamericana. El caso es que ya no opina, para nada, de política y parece haberse olvidado de las esperpénticas Ayuso y María Jesús Montero, del empecinado Puigdemont, del ‘esaborío’ de Feijóo o del fluido Sánchez, personaje que como un azucarillo se disuelve en el líquido que haya que disolverse con tal de seguir escanciando la pócima del poder, que lo domina, sojuzga, obnubila y esclaviza. Se lo reprocho: “Pánfilo, pero si ahora esto está de dulce, temas sobre los que opinar no nos faltan: una tercera guerra mundial a las puertas, un Biden claudicante; Putin atacado del síndrome zarista y el capacobardes de Trump, émulo peligroso del bravucón ruso. Y los políticos españoles, como patos mareados, viviendo en una burbuja de hierro; absortos en sus cosas, ajenos a todo lo que no sea mojarse la oreja o hacerse ahogadillas. Y los jueces, enrocados en su enorme poder, ganándose una merecida fama de parcialidad. Ahora, amigo mío, podrías seguir siendo martillo de corruptos y debelador de infames. Arbitrista de reyes y ministros; pero no, prefieres drogarte con las dejadas de Alcaraz o con los goles de Morata, antes que mojarte y gritar con Quevedo: “No he de callar por más que con el dedo, / ya tocando la boca o ya la frente, / silencio avises o amenaces miedo”. Porque has decidido, no vivir en los pronombres, como Salinas, sino en la imaginaria mansión de las series. ¡Cobarde!

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