La Rayuela

Lola Quero

lolaquero@granadahoy.com

Netflix huele la sangre

Las docuseries sobre la España negra también se nutren del fallo y la desconfianza en el sistema. ¿Para cuándo Juana Rivas?

P RIMERO fue El caso Alcàsser, luego el de la niña Asunta de Galicia, este año El caso Wanninkhof-Carabantes y unos meses después la guinda del tema, Dolores. Esta semana ha sido el turno de otro estreno: ¿Dónde está Marta?, los enigmas sobre el caso de la joven sevillana asesinada. Las grandes plataformas televisivas, como Netflix o HBO, han encontrado un filón en la España negra. Y el género se llama docuserie, que es una especialidad del docu-reality. Es decir, productos de telerrealidad por entregas. O documentales de los de siempre, pero seriados. Estas producciones llegan a hacerse la competencia, como las del caso de las chicas asesinadas en la Costa del Sol, porque pugnan por conseguir pistas nuevas que ni la Policía obtuvo o las declaraciones de determinados personajes que, pese a la enorme proyección mediática de los casos, no han hablado o apenas se han prodigado. Es el caso del dedicado a Dolores Vázquez, la mujer injustamente condenada por la muerte de la hija de su pareja, que ahora ha decidido mostrarse al mundo ante la periodista Toñi Moreno. En lugar de la clásica entrevista o reportaje periodístico, el tema ha dado para una de las docuseries de moda. Son nuevo formatos para contar la realidad y con ellos las grandes plataformas televisivas sustituyen a los medios de comunicación, aunque a veces sea difícil distinguir la realidad de la ficción, el rigor o el espectáculo. Supongo que los espectadores no esperamos mucho más que entretenimiento cuando pulsamos el botón de Netflix. Y además, después del ejemplo del caso Wannikhof no nos vamos a poner puristas.

A primera vista, los criterios de selección de estas historias para inspirar las docuseries son bastante obvios: la muerte, el asesinato, la víscera, el morbo, la traición y la fama. Pero tras un poco de reflexión cabría pensar que Netflix -de nuevo utilizo el nombre en representación de su género- huele la sangre, pero no solo la sangre del crimen, también la sangre de las grandes heridas abiertas en nuestra sociedad y en nuestro estado democrático. Si nos fijamos, está en todo lo que importa y escuece. Hasta en el conflicto de Cataluña y su deriva secesionista, cuyos representantes han centrado sus peticiones al Gobierno en la cuota obligatoria de productos televisivos que estas empresas tienen que ofrecer en catalán.

Esos sucesos de la crónica negra de este país que las plataformas convierten en historias de difusión internacional suelen tener un componente común, adicional a todos los mencionados antes de tipo luctuoso. Es el fallo del sistema. Sobre todo el judicial, pero también el policial y hasta el mediático. Por esa herida sangra España y cualquier estado que no deja de dar motivos para la desconfianza ciudadana en sus poderes e instituciones, aquellos que deben ser garantes de legalidad, estabilidad y de resolución de conflictos con justicia y equidad.

Este país tiene sobre la mesa el gran debate de la independencia judicial, en duda no sólo por los políticos que tratan de acomodar a sus jueces, sino también por los propios miembros de ese Poder Judicial que no dejan de dar motivos para el recelo con sus aspiraciones, negocios opacos, abiertas inclinaciones políticas y resoluciones contradictorias. Las jerarquías policiales no se quedan atrás a la hora de alimentar la cloaca del Estado. Ni la Monarquía ni los medios de comunicación nos libramos de estar en el punto de mira de la desconfianza ciudadana. En este contexto, los carteles de medio país se forran con la cara de una mujer, Dolores Vázquez, que llegó a pasar más de un año en la cárcel por un delito que no cometió. Y que según se desprende del relato, también fue víctima del empecinamiento de la Guardia Civil y de unos jueces y un jurado que se dejaron llevar por las hordas periodísticas.

Ante este oportunismo de las plataformas televisivas, ese olfato para los temas que destapan las vergüenzas del sistema, me pregunto si ya estará en marcha un proyecto para contar la historia de Juana Rivas, la madre de Maracena que ha puesto en jaque a los poderes ejecutivo, legislativo y judicial de este país. Lo último es que su indulto ha dividido -o evidenciado la división- a los magistrados del Supremo. La historia de la granadina lo tiene todo: el drama social de la supuesta violencia de género o vicaria, una fuga rebelde, un juez de armas tomar, un padre italiano que denuncia a la ministra española, unos niños que sufren "angustia extrema"... Y una justicia que no sabe qué resolver. ¿A qué esperan? ¿O ya está firmado?

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