Nostalgia del 'Un, dos, tres'

'Un, dos, tres' fue el mejor exponente del trabajo bien hecho que a la vez concita calidad y diversión

La muerte de Chicho Ibáñez Serrador nos ha llevado de cabeza a lo más hondo de nuestra niñez, cuando a uno lo levantaban con el tiempo justo de enfilar con el sueño todavía en la mochila los apenas cincuenta metros que nos separaban del colegio. Como la de tantos, mi infancia son recuerdos de un campo grande de albero donde los balones se cruzaban en los partidos múltiples del recreo y la vida transcurría sonriente apenas amenazada con algún cate traicionero en matemáticas.

Para los niños de aquellos lejanos setenta las referencias, ay, eran mucho más claras que ahora, y a la autoridad no discutida de los padres y el colegio apenas se le oponía la mirada furtiva de aquel episodio de Los Ángeles de Charlie de dos rombos que no nos dejaron ver. La televisión de dos canales (parece que estoy oyendo la voz de mi padre pidiéndome que ponga el UHF para ver el fútbol, justo antes de Sábado Cine) cumplía una función que hoy ya no se ve, la de articular el entretenimiento en una parrilla diseñada sobre todo para el consumo familiar.

En esa televisión adolescente y familiar, de cartas de ajuste y caídas de señal por problemas en Guadalcanal, fue elemento vehicular el Un, dos, trés de Ibáñez Serrador, siempre en la noche de los viernes, primero en aquellos aparatos en blanco y negro con el peruano Kiko Legard y personajes estrambóticos como Don Cicuta, después ya en color con la incorporación de Mayra Gómez Kemp y sus risotadas de acento caribeño y esas parejas de concursantes nerviosos que tan bien daban el tono de aquella España ilusionada de los primeros ochenta.

Pese a su esquema sencillo de concurso con premio, el programa combinaba elementos diversos dentro del ámbito del entretenimiento: la expectación por la decisión correcta de los concursantes a la hora de elegir (ese icónico "hasta ahí puedo leer…"), el teatrillo bien defendido por los artistas consagrados que intervenían, la decoración temática o las actuaciones musicales. Hasta la habilidad de introducir el elemento sensual representado en las chicas que ayudaban (algunas como Victoria Abril tuvieron allí su trampolín) ante tantos niños al otro lado denotaba inteligencia y profesionalidad.

Por supuesto que Ibáñez Serrador fue mucho más que el Un, dos, tres, pero éste es quizá el mejor exponente del trabajo bien hecho que a la vez concita calidad y diversión. Algo al alcance de muy pocos.

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