Paso de cebra

José Carlos Rosales

Pluma por pluma

EN la última planta del Hospital Maternal hay una especie de aula a la que no sería fácil ponerle un adjetivo. Entre otras razones porque no parecía un aula: no era un sitio cuadrado y aburrido, era un espacio luminoso y abierto, con mesas redondas y sillas de colores alegres y suaves, era un lugar donde había libros y ordenadores, un equipo de música, una televisión rodeada de cómodos sillones, unas estanterías con libros y bateas donde reposaban juguetes ordenados en cajas con un rótulo: letras, figuras…

Ese espacio también tenía unos ventanales enormes (casi todas las paredes son una ventana) desde los que se podían mirar los cuatro costados de una ciudad que el viernes estaba muy mojada y lluviosa. Ese lugar envidiable tenía muchas puertas; una de ellas (toda de cristal) conducía a un taller de jardinería: caminos de madera, macetas y retoños, semillas y geranios… Otra de esas puertas llevaba a una especie de parque (moqueta verde) donde había un balancín, un caballo, un tobogán… Todo estaba cuidado y limpio, no había nada roto o fuera de lugar. Era un lugar silencioso, tranquilo, ninguno de los ruidos más torpes de la ciudad podía penetrar en ese espacio. Alguna de las paredes tenía carteles o dibujos: una princesa, una casa roja, árboles gigantes, niños que corren… En uno de aquellos carteles se leía una frase: "La risa nos hace fuertes".

Allí, cada mañana, los niños que están hospitalizados se reúnen para aprender o jugar, para leer un libro, para hacer un dibujo, para seguir creciendo. Y allí, el viernes por la tarde, aquellos niños con sus vendas y sueros estaban citados para leer poemas o reírse; ya se sabe, los poemas y las risas nacen de los mismos propósitos: ser libres, ser felices, estar juntos, arrinconar a la tristeza, hacernos dueños del mundo. Miguel Hernández se lo dijo una vez a su hijo: "Ríete siempre. / Siempre en la cuna, / defendiendo la risa / pluma por pluma". Y eso fue lo que ocurrió el viernes: voló el pájaro de la risa, voló un poco, voló lejos. Y aunque hubiera que sortear obstáculos imprevistos (demasiados fotógrafos, cortes de luz, cierta improvisación y un ascensor cansado), probablemente el mejor acto del Festival de Poesía de este año haya tenido lugar en uno de los pasillos del Hospital Maternal: la amabilidad de su personal lo hizo posible. Seguro que Samuel (agente secreto en misión reservada), María (sonrisa inolvidable con flequillo y coleta), Rubén (astronauta y torero feliz), María (ojos tan grandes como sus gafas), Richie (el pescador enmascarado) y Mari Carmen (trapecista y bailarina de risa constante) estarán de acuerdo conmigo.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios