La Rayuela

Lola Quero

lolaquero@granadahoy.com

Pogacar en Armilla y Curro en San Fermín

Los acontecimientos nos han vuelto menos precavidos, pero a veces el límite entre el riesgo y la tontuna es muy difuso

A todos nos gusta un poco el riesgo. Pero a unos más que a otros. Curro Palacios es un granadino que se ha dado a conocer estos días por sus corridas delante de los toros de San Fermín, en Pamplona. Las imágenes televisivas que repiten una y otra vez cada momento y escena de los encierros diarios han sacado reiteradamente a un corredor de rojo y blanco que no era como todos, porque en su camiseta lucía el escudo del Granada CF. Cuenta que ésta es la forma que tiene de apoya a su equipo también en los malos momentos. Él, que se lo toma en serio y se prepara, como el resto de los que se las pelan entre la manada, son un poco más amantes del riesgo que la mayoría.

Valientes, locos, artistas o inconscientes aparte -cada uno que le ponga el calificativo que quiera a los que desafían al toro por dos minutos de adrenalina-, a pequeña escala seguro que todos hacemos alguna vez cosas de esas que van en contra de la prudencia y la razón. Y tengo la sensación de que ahora más que nunca.

La pandemia que desmoronó todo nuestro mundo de seguridad y confort; la guerra que nos hizo temer la vuelta a las penurias bélicas de los antepasados cuando eso parecía imposible; la crisis… ¡Qué digo crisis! La hecatombe económica que según los expertos se nos avecina en otoño… Todo nos viene a demostrar que por mucho que nos metamos bajo una burbuja de protección, seamos como niños buenos y ciudadanos responsables y civilizados, la marea de los acontecimientos nos llevará a donde sea. Y mientras, hay que vivir. Porque la vida es breve y frágil. Y si hay cosas no tan recomendadas, como disfrutar de unas vacaciones costosas a las puertas de un hundimiento de la economía, el que puede mira para otro lado y aplica el manido carpe diem.Y si un día nos apetece un melón de 13 euros, pues se tira la casa por la ventana.

Hay que reconocer que a veces el límite entre el riesgo y la tontuna es muy difuso. Me explico. Cuatro de la tarde en esta ola de calor de julio. Por una de las carreteras de la Vega de Granada, con el termómetro a 41 grados, diviso de lejos a un ciclista con maillot amarillo que zigzagueaba agotado como unos minutos antes lo hacía Pogacar en mi televisor. Pero este joven -diría que no tan joven- con las letras de Armilla a la espalda, ni era esloveno, ni profesional, ni tenía una pájara controlada, ni había épica en sus pedaladas. Era un hombre con las neuronas fritas por el calor que me hizo pensar en la cantidad de gente que a esas mismas horas tendría que estar trabajando al sol por pura obligación.

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