El duende del Realejo

joaquín A. / abras Santiago

Poliédrica visión de 'La Toma'

LA cosa va de reyes y no magos, precisamente. Reyes de Castilla y de Aragón, que un cierto día 2 de enero -1492- hacían su entrada en Granada, mientras otro rey: Boabdil, llamado 'El Chico', salía de ella para siempre. Europa, por aquel entonces y momento, era ya -por completo- oficialmente cristiana.

Y así fue que en Europa entera, en las cristianas cortes de cada una de las naciones, se celebraron, con grande algarabía, tanto la entrada en Granada de unos reyes, como la salida del otro. Las dos circunstancias, que no eran sino confluencia de dos realidades en un mismo marco histórico, marcaron -a posteriori- determinados aspectos del reinado de los Reyes Católicos y de sus más directos y cercanos descendientes, en su relación con el mundo islámico.

Luego, en el devenir de los tiempos, lo que fue 'La Toma' de Granada, se vino a celebrar -cada año y religiosamente- en el día de su efemérides. Desde la instauración de la I República la celebración salió de los muros eclesiales, transformándose popularmente en un remedo de la primera tremolación del pendón de Castilla que hiciese don Iñigo López de Mendoza, Marqués del Cenete y primer gobernador cristiano de la Alhambra, desde lo alto de la Torre de la Vela. De ahí a nuestros días y especialmente en los últimos lustros, lo que nunca han reivindicado -porque nunca lo han entendido como agravio- los musulmanes, sí lo han hecho ciudadanos que más tienen que ver con la cultura occidental que con aquella otra propia del Islam.

Alguien proponía, no mucho tiempo hace, que en vez de 'La Toma', a esta celebración se la denominase 'La Entrega', aquel dislate -lo recuerdo bien- enfadó mucho al recordado profesor Antonio Domínguez Ortiz, por cuanto la propuesta podría habérsela considerado -como poco- como auténtica y pesada broma y -como más- torticera malversación de la historia de Granada. Lo cierto es que ha habido, como decimos, todo tipo de interpretaciones poliédrica visión sobre esta celebración, que en nada pretende humillar a nadie. Lástima que, tanto fascistas, por un lado, como verdaderos bolcheviques por otro -dos fastidiosos puñados que debieran ser irrelevantes- entonen cada dos de enero, un desacordado -y enfrentado- vociferio con el único denominador común del desconocimiento profundo de los hechos históricos y, por tanto, de lo que ciertamente se rememora y homenajea. Y ello desde posturas -y gestos- cerriles por incultos, irrespetuosos y provocativos, si no amenazantes, por parte de unos y de otros. Y en medio, los demás ciudadanos que asistimos a la celebración, con atemperada actitud.

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