¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Pelotas, no; balas, sí
Mirada alrededor
Confirmado: todos los delincuentes que participaron en el ‘procés’ catalán serán amnistiados, fuesen los que fuesen sus delitos cometidos: terrorismo, alta traición, malversación, amén de los ya eliminados del Código Penal, indultos, etc., etc. Puigdemont ha dictado la ley, a su medida y la de los suyos, y su lacayo y limpiabotas político, Pedro Sánchez –perdón a los dignos profesionales de la limpieza del calzado, por la comparación– ha aceptado sin rechistar. El grotesco esperpento del que vengo hablando se ha consumado: el prófugo de Waterloo, el huido en el maletero de un coche, se ha convertido en el gran jefe que decidirá, no sólo los destinos de Cataluña, sino los de España. Sus míseros siete votos le valen para doblegar al presidente de la España que odia, al que exclusivamente le importa su permanencia en el poder. Todo su gobierno y, en general, los que viven del sanchismo, mostraban su euforia, acatando las exigencias del diosecillo catalán, porque asegura sus puestos y sus sueldos esta legislatura, donde hasta la corrupciones habituales quedarán empequeñecidas ante el ataque obsceno al Estado de Derecho, con especial predilección al Poder Judicial, por cuyas decisiones se va a pedir perdón a los delincuentes, reparando el daño causado.
Pero si grave es la sumisión del Gobierno de la nación a las exigencias de delincuentes que han cometido graves delitos contra el Estado, es más nauseabundo que se intenten enmascarar en conceptos de convivencia, pacificación, reparación –momento histórico y una referencia mundial, lo ha calificado un eufórico Bolaños, ministro de Justicia–, cuando es un colosal fraude a cambio de unos meses más de mantener el poder. Por si fuera poca humillación, los amnistiados –el dios Puigdemont al frente– afirman que no hay enmienda y sus propósitos seguirán siendo la independencia unilateral, además de lo que consigan, mientras tanto, en el campo fiscal, económico, antes de llegar a la total soberanía.
Claro que Pedro Sánchez –quién negaba la amnistía y decía hace unos días que no se quitaría una coma de la rechazada por insuficiente para Junts– pasará a la historia como el presidente más indigno que hemos tenido en lo que va a quedar de democracia. Una vergüenza, también histórica, y una humillación para un país que no merece estos individuos ambiciosos y sin escrúpulos. Muchos socialistas auténticos deben sentirse abochornados, al ver a su presidente convertido en el limpiabotas político de un sádico supremacista de extrema derecha como Puigdemont.
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