Un simple charco puede decir mucho en un día desapacible. El otoño tiene ese componente taciturno. El color de las hojas, el gris de un cielo nuboso... Todo reflejado sobre un cuerpo de agua que acabará desvaneciéndose cuando el calor la evapore. Pero es esa fugacidad la que encarna la propia esencia de ese romanticismo. Como un buen concierto de jazz, la imagen en ese reflejo será única e irrepetible. Un espejo en el que mirar una foto fija que dice mucho de cómo pasa el tiempo. De ellos, de nosotros, de nuestra existencia.

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