El lanzador de cuchillos

Rufianes, gorrinos y miserables

No soportan la excelencia, les repugna. Porque les pone delante un espejo en el que se reflejan sus vidas mediocres

Uno. Eso que la izquierda de nuevo (viejo) cuño y los carlistones periféricos llaman despectivamente el Régimen del 78 tuvo el mérito de poner de acuerdo a franquistas, democristianos, liberales -si es que alguna vez existieron-, nacionalistas, socialdemócratas y comunistas para que los españoles pudiéramos, por una vez, convivir razonablemente y en paz. El proceso político que consiguió ese prodigio fue un modelo -un modelo humano y, como tal, imperfecto- que suscitó un enorme interés en los países de Europa del Este y Latinoamérica que iniciaban sus propias sendas democratizadoras a finales del pasado siglo. Y ahora vienen a joder la marrana, rompiendo ejemplares de la Constitución, los nietos zoquetes e indoctos -los rufianes- de aquellos que se dejaron la piel para que España dejara, por fin, de repetir su malhadada historia.

DOS. A todos los cerdos les llega su San Martín. Un exabogado de Podemos ha denunciado irregularidades financieras, sobresueldos y la manipulación de las primarias para beneficiar a los candidatos de la cúpula del partido. Napoleón Coletas, el gorrino que ya vive en la casa del señor Jones, y aspira también a dirigir la factoría, quiere impedir a toda costa que la granja se le rebele. Para ello ha puesto en marcha la máquina de fango contra el empleado díscolo, "colgándole", como buen estalinista, la etiqueta infame de acosador sexual. No hay pruebas ni denuncias, pero no alberguen ustedes ninguna duda: unas y otras acabarán apareciendo. A la Stasi morada, que tiene a su frente mediático haciendo horas extras contra Calvente, estas cosas no se le escapan. Como no se le escapará a Nacoletón la (vice)presidencia soñada.

TRES. No soportan la excelencia. Sencillamente les repugna. Porque les pone delante un espejo en el que se reflejan sus vidas mediocres y la mezquindad que les corroe el alma. Nos querrían a todos chapoteando en su misma ciénaga, pequeñitos, resentidos, envidiosos. Perroflautas. Más izquierda y más tribu. Rafa Nadal representa todo lo que odian el alcalde miserable de Manacor, sus conmilitones y la inmensa mayoría de sus votantes: la disciplina, el trabajo, el triunfo, la lealtad al propio país. El tenista es un símbolo de lo mejor de la denostada España. Por eso hay que acabar con su insoportable prestigio, como ya intentaron otros de la cuerda de Oliver con ilustres compatriotas como Antonio Banderas, Amancio Ortega o Plácido Domingo. Que si el IBI -que pagó-, que si la tasa de basuras -que también pagó-, que si el amarre del barco. Acomplejado y ruin, el alcalde Oliver, en su ridículo afán iconoclasta, ha quedado retratado como el tonto del pueblo.

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