El lanzador de cuchillos

Sánchez y los 'torracollons'

Incluso en esta legislatura precaria e inestable hay líneas rojas que los mandatarios responsables no deberían cruzar

Comprarle el discurso al nacionalismo suele ser un mal negocio, pero, desde el infausto Zapatero, es lo que viene haciendo la izquierda española en cuanto llega al gobierno. Así que a nadie habrá extrañado que Pedro Sánchez, cuya permanencia en la Moncloa depende, además, de los escaños de rufianes y bildutarras, recurra de nuevo a la pamema del diálogo y se pliegue a las exigencias de los secesionistas, aunque semejantes compañeros de viaje sean, por naturaleza, insaciables y, por talante, impermeables a los gestos de buena voluntad.

Bajo el envoltorio de jefe de planta de El Corte Inglés, se esconde en Sánchez un tipo mediocre, pero resuelto, un político arribista y maniobrero cuya ambición desmedida le permite pasar por alto una reflexión de carácter moral que debería ser prioritaria para cualquiera que se dedique al servicio público: si todo vale para alcanzar el poder y mantenerse en su ejercicio. Por ejemplo, si es aceptable acceder a la presidencia de tu país apoyándote en los votos de quienes quieren destruirlo. Que son desleales, pero no tontos, y más temprano que tarde, como el cobrador de los Savastano, tocarán a tu puerta para recordarte que tienes una deuda que saldar.

El PSOE actual es un mejunje amorfo e insustancial -en eso se parece bastante al PP-, que se ha subido a hombros de la insensata autoestima de su secretario general para recuperar el Gobierno, pero incluso en esta legislatura precaria e inestable en la que el exceso de ruido tratará de ocultar la escasez de nueces, hay líneas rojas que los mandatarios responsables -por evanescente que sea su pensamiento político- nunca deberían cruzar. Una de ellas tiene que ver con los nacionalismos insolidarios y disgregadores. Por eso resultó tan dramático el silencio de Sánchez ante la acusación de Rufián, el portacoz de ERC, de que el Estado español tiene "secuestrados" a los golpistas catalanes encarcelados en Estremera. Y especialmente abyecto que se pusiera de perfil cuando el ultra Torra -en catalán, tocapelotas se dice torracollons- cuestionó en Washington la calidad democrática del país que le paga el sueldo. Tuvo que ser Borrell, ministro jacobino, quien respaldara la réplica impecable de Morenés, asegurando que "dijo lo que tenía que decir, porque ningún embajador de España puede permanecer impasible ante ataques como los que el señor Torra dirigió al sistema político español". Así es.

Durante los vuelos presidenciales, entre foto y foto para el Instagram, al vaporoso Sánchez le convendría leer un poco. A Savater, se me ocurre. Aunque para ello tenga que quitarse las gafas de sol y su fotogenia se resienta.

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