Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Tradición o traición

UNA de las razones profundas del arraigo del Día de la Cruz es que permite a los granadinos exhibir una vez al año sus colchas de croché procedentes de los más umbrosos armarios de la casa, de esos cajones con olor a naftalina donde reposan, rigurosamente plegados, los cadáveres de los regalos de toda una vida. Regalos de bodas antiguas, de puestas de largo o restos de herencias que, de un modo misterioso, conservan prendidos en los estambres del punto de cruz el espíritu de los dueños muertos y de todos los herederos a los que han pertenecido por estricto orden de decadencia. Naturalmente también sirve para lucir otras nobles antiguallas extirpadas como tumores de la cal viva de las casas: marcos revestidos de pan de oro, espejos a medio azogar, toneles de palocortado y armazones con cántaros de la lechera. Es decir, todo ese bendito y heteróclito ajuar que, en términos tradicionales, se conoce como las joyas de la casa, joyas íntimas, secretas y tan orgánicas como las propias vísceras y que merecen, una vez al año, la gracia de un oreo prolongado. Sin Día de la Cruz ¿cuándo podrían envanecerse los granadinos de poseer ante sus paisanos ese lívido material de la memoria?

Viva, pues, la tradición. Y sin alcohol, para que las colchas y los mantones de Manila de nuestras tías muertas no sufran. Bien, pues una vez hecho el cántico de la fiesta hablemos de la tradición, que es un término que se suele contraponer con demasiada alegría a su casi homónimo, la traición. Mientras el Ayuntamiento patrocina las auténticas Cruces, ha sacado a la venta tres edificios históricos de gran valor patrimonial: la Casa Agreda, su vecina de la Cuesta de Santa Inés y otra en la calle San Matías. Con algo de fortuna, el municipio pretende recaudar cinco millones de euros con los que confortar la maltrecha economía.

No hay, en efecto, una razón de peso para deshacerse de tales edificios salvo la de robustecer uno o dos presupuestos municipales, lo que entre los hijos de las familias de bien se llamaba "comerse la herencia de papá". Si los edificios fueran a tener, en manos de otra Administración, un uso público la venta podría estar justificada pero, por sus características y las ganancias que el Ayuntamiento quiere obtener, los tres inmuebles son carne de hostelería.

No sé a dónde nos puede conducir ese afán recaudatorio. Una vez absorbida la ganancia de la venta de la mitad de Emasagra y exprimido el PGOU, todo es poco para avivar el presupuesto, incluso la renuncia política a mantener el ferial en Almanjáyar para dejar de pagar los 700 euros diarios a la Junta. A este paso el próximo tres de mayo, la cruz municipal va a recurrir a los felpudos que son unas esterillas educadas que siempre dicen "bienvenido".

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