Ucrania, suelo del terror

Putin da palos de ciego, pero palos de muerte en un país incendiado por asesinos de civiles indefensos

La pandemia expansiva de la Covid, el vómito explosivo del volcán de la isla de La Palma, la merma continuada de los pantanos y pertinaz sequía, la elevación progresiva, de los precios de los carburantes, los de la energía eléctrica y los de todos los bienes de consumo de primera necesidad -y lo que te rondaré, morena-, las series de terremotos vividos no hace tantos meses y la densa calima que en estos días inunda la atmósfera, sumados todos los efectos que directa e indirectamente está teniendo la guerra invasiva de Ucrania por las tropas rusas y cobardes de Putin, nos podría hacer pensar, si no brillase la esperanza, que estamos ante una serie interminable de plagas y maleficios que más se puede parecer al apocalipsis final.

Sí, la vida se desarrolla en medio de un desconcierto y sucesión de desastres y dificultades a los que sólo faltaba el calderón final de partitura en forma de guerra, esa que acontece cada día que amanece y sobre todo, cada noche que se cierne sobre aquellos territorios de los que huyen sus naturales -mujeres, viejos y niños ucranianos- menos los hombres que aún pueden ser útiles para debatirse en la lucha a muerte que ha impuesto -cada día más personalmente, como sucedió antes con Hitler en Europa- ese obscuro, siniestro dictador, otrora servil perro soviético que es Vladimir Putin, al que aún le queda sangre comunista bastante para someter, sin contemplaciones, a su propio pueblo ruso y a cualesquiera otros que se puedan interponer, consciente, inconsciente o casualmente, por mor de la geografía, entre él y su irracional y descarnada y cruel voluntad.

Los que saben de estas cosas dicen que esa guerra que sostiene contra el suelo, el cielo y la población de Ucrania la está perdiendo. Que económicamente le comienza a resultar insostenible porque, lo que él había planeado conseguir en muy pocos días, se le está eternizando a causa de imprevisiones e impericia en las acciones militares. Da palos de ciego, dicen los expertos, pero siguen siendo palos de muerte a los ciudadanos de aquel desgraciado y solitario país, incendiado por diablos extranjeros, desalmados y asesinos de civiles indefensos. Eso no es guerra. No. Hasta la guerra tiene reglas. A eso se le llama terrorismo.

Personajes como Putin, tengan el nombre que tengan, son los que pueden hacer temblar los cimientos de Occidente. Para eso sólo piensan y respiran. Y a lo peor, en otros países, hasta hallan aliados en la política, encarnada esa ayuda en siniestros personajes -aparentes apátridas que ya fueron pagados en su momento- y que hasta pueden ocupar destacados puestos en (des)Gobiernos, que nos quieren presentar con falsa imagen de demócratas y hasta de histriónicos defensores de las libertades ciudadanas. ¿O no?

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