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Luis Sánchez-Moliní

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Vigencia de Napoleón

Con Napoleón se inaugura una vieja hipocresía que aún vive en una parte de la izquierda. Lo estamos viendo estos días + "Tanto las clases altas como el pueblo acogieron con fervor a José Bonaparte"

Fotograma de la película sobre Napoleón.

Fotograma de la película sobre Napoleón. / DS

CUANDO aún existían los locos, en tebeos y chistes se les solía caracterizar como a Napoleón, con su bicornio exagerado y la mano metida en la casaca a la altura del corazón, como un eterno enamorado o un infartado. Creerse Napoleón era verse a sí mismo como un semidiós, como un nuevo Alejandro, algo propio de los lunáticos que habitaban los frenopáticos. El Sire era el gran héroe de la revolución, el hombre que extendió las nuevas libertades con las bayonetas de su infantería y las lanzas de sus jinetes polacos; el terror de los monarcas absolutos y de los privilegiados del Ancien Régime. En la versión más blanca de su leyenda, el corso fue el primer internacionalista y su idea de expansión de la revolución ha inspirado a muchos, desde Lenin a los neoconservadores que defendieron la intervención en Irak. El culto a Napoleón fue tal que, incluso, he llegado a ver un busto suyo emerger entre las rosas y el mirto del jardín de una hacienda de la Baja Andalucía.

Pero Napoleón fue también un tirano y un imperialista francés, y quizás haya que buscar en su figura los orígenes del autoritarismo político contemporáneo. Mi perspectiva de la historia más reciente de la América del Sur cambió radicalmente el día que alguien me explicó que el caudillismo de aquel subcontinente no se debe a la herencia hispana, como siempre nos han enseñado, sino a la cultura bonapartista de los libertadores y sus inmediatos sucesores, por mucho que alguno de ellos, como San Martín, combatiese valerosamente a los franceses en la batalla de Bailén. Con Napoleón se inaugura esa mezcla de revolución y autoritarismo que tanto ha marcado el mundo reciente, desde Benito Mussolini a Fidel Castro. A nadie le debe extrañar que Hitler, recién conquistado París, se apresurase a visitar el faraónico túmulo del emperador en Los Inválidos.

Napoleón, ya lo saben, vuelve a estar en el debate por el estreno de la película de Ridley Scott dedicada a su figura. Más allá de la cuestión cinematográfica, el fantasma del corso ya está estimulando todo tipos de debates. Su herencia, vista por un español, es compleja. La invasión napoleónica de España provocó una guerra que dejó lastrado al país material y psicológicamente durante los primeros tres cuartos del siglo XIX, pero también es cierto que su figura fue la opción de algunas de las mentes más lúcidas de su momento, como Moratín. Mi opinión es negativa: con Napoleón se inaugura una vieja hipocresía que aún vive en una parte de la izquierda: el uso de una retórica democrática junto a prácticas de claro sesgo iliberal. Lo estamos viendo en estos días.

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