El lanzador de cuchillos

Yonquis de la papeleta

Aunque cualquiera sería mejor, salvo Errejón, los rivales de Sánchez no destacan por sus virtudes políticas ni personales

Dice la vicepresidenta del gobierno en funciones que en democracia las elecciones nunca pueden ser un fracaso. Carmen Calvo, que capitaneó las negociaciones ficticias del PSOE para formar gobierno con el independentismo y el populismo morado, pertenece a esa clase de políticos, de todo el arco ideológico, que considera que los ciudadanos son unos perfectos gilipollas a los que se puede engañar "con cuatro palabritas finas", como cantaba Carlos Cano, y la complicidad de un par de teles serviles.

El caso es que a la señora Calvo, al parecer, cuatro elecciones en cuatro años, le saben a poco. Como a su jefe, el pseudoctor Sánchez, que amenaza con tener al país paralizado hasta que los inútiles de los españoles voten correctamente. Da igual si el bloqueo político lastra la economía -el letargo institucional, junto con otros factores como el Brexit y la desaceleración de los países vecinos, ha costado ya dos puntos del PIB y 200.000 empleos- y provoca el peligrosísimo descrédito del sistema. Lo importante es que Sánchez, el impostor, el pigmeo intelectual, la calamidad política, acabe gobernando sin mochilas y, a ser posible, sin oposición. Mientras tanto, los españoles, como hámsters enloquecidos, seguirán girando dentro de la rueda electoral hasta que el obstinado Sánchez sea elegido por aclamación y se consume definitivamente su venganza contra el mundo. Aunque cualquiera sería mejor -a excepción del melifluo Errejón, que amenaza con presentarse para acabar con su archienemigo Iglesias- la verdad es que los rivales de Sánchez tampoco destacan por sus virtudes políticas ni personales.

Quizá los votantes de esta España inisecular sean -seamos- unos sujetos de mentalidad líquida y escaso criterio, carne de cañón de la propaganda y la demagogia que destilan los diabólicos asesores, aunque uno sale a la calle y lo que detecta en el ambiente es un hartazgo extraordinario. Pero ellos -los políticos y, sobre todo, los asesores- nos conocen mejor que nosotros mismos, que agotamos la introspección espejándonos en la pantalla del móvil, y por eso nos permiten el desahogo de los bares y la grillera de Twitter, sabedores de que a la hora de la verdad, como yonquis de la papeleta, volveremos al colegio a por nuestra dosis electoral. Por eso, cuando les ponen un micrófono delante, se muestran completamente convencidos de la necesidad de "ser firmes para que el desapego de la sociedad hacia la política no vaya a más". Nos mean en la cara porque han comprobado mil veces que los españoles decimos que llueve.

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