NADIE podía esperar que el Debate sobre el estado de la Nación reflejase algo distinto a la radiografía de la situación política actual: la soledad absoluta de un gobierno en minoría sobre el que ha caído con estrépito la profundidad de una crisis que no esperaba y, peor, que se obstinó en negar.

Es lo que se puso de manifiesto en las intervenciones de todos los portavoces parlamentarios que intervinieron en la sesión de ayer (PP, CiU, PNV), precisamente los que por su dimensión podrían asegurar la estabilidad de la legislatura y un programa compartido contra la crisis. Ninguno se fía del Gobierno, ninguno concede credibilidad a sus promesas.

El caso es que en esta ocasión Zapatero no se limitó a defenderse. Reconoció lo errado de sus previsiones económicas y apuntó tímidamente, y sin concretar mucho, en la dirección de cambio del modelo económico que se ha hecho imprescindible para la post-recesión. Fue más concreto en las medidas coyunturales contra la crisis, aun con el hándicap de llover sobre el mojado de un montón de medidas adoptadas con anterioridad con más publicidad que éxito. Pero los ciudadanos agradecerán conocer qué se va a hacer en lo inmediato: reducción de impuestos a las pymes y autónomos, disminución del gasto corriente, eliminación en 2011 de las deducciones fiscales por compra de vivienda (objetivo: sacar al mercado las 800.000 viviendas no habitadas y animar a los compradores), ayuda directa a la adquisición de automóviles y ordenadores portátiles a un sector de los estudiantes.

Precisamente esta novedad en el debate permitió constatar más obviamente que otras veces la falla argumental de Rajoy: tenía preparado su discurso descalificatorio de todo lo hecho y no lo alteró un milímetro cuando oyó lo que se va a hacer. Y eso que no lo tenía difícil. Podría haberse atribuido la paternidad de algunas de las medidas, como las ayudas a las pymes y al sector automovilístico -el propio Zapatero admitió que se las había copiado-, y haber desvelado la debilidad de otras, pero en sus tres intervenciones se repitió más que el pepino y demostró falta de cintura. Sus propuestas de reforma en materia fiscal, educativa, laboral y del sistema de pensiones se limitó a esbozarlas. Así no había manera de definir una alternativa clara.

De modo que el debate entre los dos grandes protagonistas se atuvo estrictamente al guión esperado: un Zapatero abrumado que va desgranando planes y más planes sin meterle el diente a la crisis y un Rajoy encorsetado en un mensaje de catástrofe y fatalismo. Y los dos líderes aparecieron más preocupados por vencer en las elecciones europeas que por resolver los problemas de España.

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