El símbolo de la anarquía garabateado en un muro, seguramente histórico, servía ayer de extraño telón de fondo a capirotes y mantillas en las últimas procesiones que se lucieron en un día espléndido en las calles de la capital. Día de resucitados, niños en las calles tañendo campanas de barro y de fin de fiesta, de vuelta a la normalidad y de guardar los atavíos para el año que viene. Por si, de una vez por todas, se viviese la Semana Santa granadina en la que la lluvia no agüe ni una única jornada.

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