DE aquí a nada empieza la campaña electoral en sí (todo esto que ha habido hasta ahora ha sido algo así como un prólogo) y me pregunto si los partidos se guardan aún en la manga alguna carta sucia para jugarla en los días que quedan hasta el 22. Aunque más que nada es una pregunta retórica, porque estoy convencido de que la respuesta es afirmativa.

En este preámbulo hemos sido testigos de todo tipo de golpes bajos: denuncias a alcaldes del Poniente con pruebas cogidas con alfileres, panfletos contra otro regidor al que lo que afean, finalmente, es que tenga dinero (cosa que en sí no es ni buena ni mala, pero sí que es de agradecer que se comportara como un caballero cuando habló conmigo), cruce de acusaciones sobre gastos suntuosos en comidas y/o convites varios, gritos en el cielo por la permisividad del contrario a la hora de incluir en sus listas a imputados, aunque sea por hechos de poca monta...

No sé cuánto tiempo voy a durar, porque me está pareciendo físicamente muy exigente, pero desde hace algo más de un mes estoy en un gimnasio recibiendo clases de boxeo. Un deporte que no pocas personas definen con adjetivos como cruel, sanguinario, bestia, violento o troglodita.

No voy a entrar en eso, ni tampoco lo defenderé diciendo que es una de las actividades más completas si lo que se pretende (como es mi caso) es sólo hacer ejercicio. Lo que sí he comprobado es que cuando, haciendo guantes, algún compañero le ha dado a otro un golpe que le ha hecho daño, se ha disculpado de inmediato, aunque se tratara de un directo limpio, sin mala intención. Y, en esos casos, el damnificado ha venido a contestar que las excusas estaban de más, que son cosas que pasan.

Esos púgiles se dan de puñetazos, de acuerdo, pero lo hacen con nobleza, sin regodearse en el sufrimiento ajeno ni buscar su humillación. No hay rastro de lo que se transmite en ciertas películas... ni de lo que se ve todos los días en otros cuadriláteros, aunque no tengan cuerdas.