El cortafuegos

Se trata de visitar un pastiche autoparódico, desmontable y ligero, mezcla de merienda goyesca y cuadrícula romana

Según leíamos ayer en estas páginas, en información de Reyes Rocha, la Feria será un éxito turístico, no solo en cuanto a ocupación (un 85%), sino al incremento de los precios que, sin duda, alegrará la estancia al visitante. Como es lógico, dichos datos habrán traído la consternación al creciente sector antiturístico hispalense –ah, las entrañables hordas futboleras que se tundían el lomo hace unos días en la Alameda–; pero también habrá supuesto un nuevo motivo de gozo para la industria hostelera y sectores adyacentes.

La Feria y la Semana Santa son un ejemplo excepcional de comportamiento civilizado de las multitudes; incluso de las multitudes un tanto alegres y desembarazadas del Real. De modo que está bien que cunda la ejemplaridad y se difunda por todo el orbe. A ello se añade que la Feria no es probable que atraiga al turismo climático y vindicativo, dada la dificultad de atarse a un pony con unas temperaturas tan altas. Atarse al David de Miguel Ángel, como sucedió hace unas horas, es un poco más fresco y descansado. Bien es verdad, por otra parte, que en Italia, desde hace ya mucho, te cobran la tasa turística, sin que la afluencia de visitantes haya mermado; y que ambos países, España e Italia, practican lo que pudiéramos llamar la táctica del cortafuegos. Esto es, la técnica de suministrar un tipismo sencillo y digerible a los turistas, mientras la vida del ejemplar autóctono, sevillano o veneciano, permanece secreta y a resguardo de las miradas foráneas. Esta discreta manufactura, en todo caso, no es mérito particular del sector hostelero. Es una constante humana que se desprende con facilidad de los propios libros de viaje. Ahí, es siempre un viajero ocurrente y perspicaz el que cree descubrir la verdad última de las tierras que visita (tierras remotas, genuinas, apasionantes, etcétera...); y el turismo, digamos, no ha hecho sino agilizar y profesionalizar tal proceso.

Este apetito por lo distinto se ha exacerbado, precisamente, con la homogeneización planetaria que se deriva del turismo. Uno y otro son fenómenos complementarios de una vasta democratización del viaje. En cierto modo, el sector turístico es una forma extrema de mantener el patrimonio. En el caso de Venecia, ya lo hemos dicho, quizá estemos ante un gravísimo error, hijo de la desmesura. En lo que concierne a la Feria, se trata de visitar un refinado pastiche autoparódico, desmontable y ligero, mezcla de merienda goyesca y cuadrícula romana, de una extraordinaria belleza. Bienvenidos.

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