Señales de humo

josé Ignacio Lapido /

La cuarta pared

SE suele comparar la política con el teatro, casi siempre con un sesgo peyorativo. En realidad la mayoría de las veces que se alude metafóricamente al arte de Talía y Melpómene es para connotar algo negativo. En la asociación maliciosa de la dramaturgia con la política se sobreentiende que en ambas disciplinas se intenta hacer creíble una mentira: una ficción. La presidenta de la Junta lo recalcó ayer mismo: "Estos meses deben quedar en el olvido. Cuatro meses de postureo, de farsa, de teatro".

Así las cosas, para hacer una interpretación de lo sucedido en España desde el 20-D más que con un analista político habría que contar con un crítico dramático, cuánto mejor si se trata de alguien versado en los sainetes de Arniches y en el teatro del absurdo.

La obra representada, que ha devenido en un larguísimo entremés de cuatro meses, se inició la noche electoral. Se abrió el telón tras el recuento de papeletas y Pedro Sánchez, galán clásico, soltó su frase: "Hemos hecho historia". No sabemos si Sánchez sigue el método Stanislawsky, pero lo dijo sin parpadear y con aplomo en la voz, pese a haber presentando como aval el peor resultado del PSOE en su historia. En el patio de butacas el público alborozado acogió aquella intervención con risotadas.

La siguiente escena memorable se produjo cuando apareció el personaje llamado Pablo Iglesias con un coro silente a sus espaldas, y con la expresión de falsa trascendencia que suele utilizar este actor se postuló como vicepresidente en un futuro gobierno, repartiendo las carteras ministeriales importantes entre los suyos, mientras que Albert Rivera, joven promesa de las tablas que ya apareció desnudo en una de sus primeras representaciones, se limitaba a proponer pactos y vetos a partes iguales, provocando bostezos a derecha e izquierda en el patio de butacas.

Lo más original de la obra es un personaje que en unos textos aparece como Mariano y en otros como Rajoy. En la estela de los creados por Eugene Ionesco y Samuel Becket, se queda sentado en una esquina todo el rato, ajeno a cuanto allí sucede los cuatro meses largos que por ahora dura la representación. Todo un hallazgo dramático.

En el teatro hay una convención implícita: la existencia de una cuarta pared invisible que se interpone entre el escenario y el público. Es misión principal de los actores hacer olvidar a los asistentes esa barrera; para ello los actores fingen que no saben que detrás de la cuarta pared hay espectadores, y actúan como si nadie les observara. Los políticos españoles han hecho de esa convención su razón de ser. Han entrado y salido de escena, han declamado con mayor o menor fortuna sus líneas de texto y han logrado ignorar por completo a su público: los votantes. Es ahora, cuando comience la nueva campaña electoral, cuando romperán esa cuarta pared y volverán a interactuar con el público pidiéndole el voto. Engañándolos una vez más.

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