Bloguero de arrabal

pablo Alcázar

Nunca en cueros

PRACTICAR nudismo sólo dos días en tu vida no te permitirá disfrutar de las virtudes salutíferas de esta actividad. Pero sí puedes tener durante años en tu mente, que es donde se tienen estas cosas, la imagen de un hermoso cuerpo de mujer rubia desnuda bajo una cascada de los Caños de Meca, en Barbate, o la constatación, consoladora, de estar dentro del canon clásico en lo que se refiere a las dimensiones de tu órgano más telescópico. Pero también el nudista ocasional puede tener un mal encuentro con la guardia civil cuando, feliz y despejado, se aleja en su moto de la playa almeriense de Vera, sin casco y embutido en una candora, como único vestido. El guardia lo para y empieza a tomar notas en su bloc. El nudista comienza a hilvanar las consabidas disculpas que en ocasiones conmovieron a otros agentes. Lo que más ablanda a la Benemérita son los viajes de novios, enfermedades -como la alergia- que experimentan mejoría junto al mar, el paisanaje y sobre todo componer un gesto de humildad convincente. Lo primero que esgrimió el nudista de Vera fue que era alérgico al polen del olivo y que cuando bajaba al mar, donde la floración era mucho más temprana, le gustaba ir sin casco para que el aire del mar le ensanchara unos pulmones colapsados por el polen. Que, además, el casco de la moto le estaba molestando porque él tenía la cabeza gorda y no encontraba casco de su número. Pero el guardia seguía apuntando incansable en su cuaderno sin compasión ni miramiento. Tampoco pareció conmoverle el que le contara que se había truncado su vocación cofrade porque no encontró un capuchón de su número. Ni detuvo al agente el relato de cómo en el Cuartel de Instrucción de Marinería, en de San Fernando, lo tuvieron dos meses sin salir, embutido en su traje de faena con gorra de visera, esperando el lepanto que le estaban confeccionando ex profeso porque no le venía ninguno de los gorros que había en el Arsenal. Y se perdió las deliciosas patatas fritas con huevo y filete de cerdo que ponían en una fonda cercana al cuartel, hasta que le llegó de Cartagena el lepanto del traje de paseo. Harto el agente de tanta verborrea, cogió el papel de la multa y lo hizo mil pedazos en sus narices, al tiempo que le decía: "¡Déjelo ya, hombre, que no le estaba multando por lo del casco: que se le ha subido a usted la candora al cuello y va usted en cueros; cúbrase!". Saludó, montó en su moto, fuese y no hubo nada.

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