LOS recientes casos de alumnos que han aprobado exámenes tras las reclamaciones de sus padres ante la Consejería de Educación, pasando de curso y obteniendo títulos con hasta cinco asignaturas suspendidas, suponen una tendencia muy preocupante. En primer lugar, porque conduce a la desautorización de la labor de los docentes -los mejores conocedores de la situación real de cada alumno-, cuya capacidad de evaluación queda en entredicho. Resulta un ejercicio de incoherencia por parte de la Administración educativa que se hagan llamamientos al respeto de la autoridad de los profesores y se avalen decisiones como las que se están produciendo estos días. En segundo lugar, porque se lanza un mensaje perverso de cara al resto del alumnado y a la sociedad en general, como es que el esfuerzo no sirve para nada y que es posible obtener un título sin dar golpe. En la resolución de la Junta favorable a un alumno de Secundaria de un instituto de Bormujos (Sevilla), se llega a decir que tres de las materias que los profesores no le aprobaron (Biología y Geología, Ciencias Sociales y Física y Química) "no impiden la titulación ni menoscaban la formación académica y las competencias necesarias que permitirán al alumno reclamante afrontar una brillante carrera en cualquiera de los objetivos académicos o laborales que se proponga". Semejante barbaridad sólo puede provenir de quienes tienen un profundo desconocimiento de la realidad del proceso educativo y se inmiscuyen en la tarea docente sin aplicar unos criterios mínimamente serios. De esta forma tan arbitraria, la Consejería sólo contribuye a minusvalorar la figura del profesor, creando un enorme malestar en la comunidad docente. Además, en tercer lugar, este tipo de decisiones acaban teniendo un reflejo negativo en el posterior proceso formativo del alumno aprobado, haciéndole un flaco favor de cara a su futuro laboral. Urge, por tanto, que se ponga freno a esta práctica por el bien de la educación en Andalucía, que ya arrastra bastantes lastres y acumula demasiadas estadísticas que sitúan a la comunidad en cabeza del fracaso escolar. Hay quienes, desde erróneos planteamientos igualitarios y pretendidamente sociales, confunden algo tan noble como la cultura del esfuerzo con la apuesta por las élites. De esa forma no sólo no contribuyen a la búsqueda de la excelencia que tanto proclaman, sino que castigan a quienes estudian, provocando agravios y situaciones injustas. Si queremos tener un sistema educativo a la altura que se debe exigir a cualquier comunidad desarrollada, lo mínimo que hay que hacer es respetar a los profesores y a los alumnos que trabajan, poniéndolos de ejemplo ante la sociedad.

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