Mirada alrededor

Juan José Ruiz Molinero

jjruizmolinero@gmail.com

Los déspotas de la Alhambra

Prohibir en Festival que los taxis puedan subir o bajar pasajeros -ancianos e impedidos- del Carlos V es una vergüenza

El Festival Internacional de Música y Danza de Granada que estamos celebrando y valorando tiene múltiples caras, no solamente musicales o artísticas. A lo largo de las últimas décadas he comentado algunos episodios colaterales, entre ellos el de los accesos. Este año me he encontrado con que los nuevos déspotas que rigen la Alhambra -siempre ha existido una especie de califato independiente de la ciudad- se le ha ocurrido la brillante idea de suprimir la subida de taxis hasta la explanada cercana al Palacio de Carlos V -antes, tal prohibición empezaba a las 22 horas-, donde se celebra, junto a Los Arrayanes, el ciclo más importante del Festival. Entre los abonados a estas sesiones hay personas mayores, impedidos en distintos grados y, en general, ciudadanos que prefieren utilizar el taxi para poder asistir a los momentos deseados. La Alhambra, protagonista del Festival, no debería poner obstáculos a los ciudadanos, muchos de ellos extranjeros o de otras regiones, para que puedan acceder, lo más cómodamente posible, a estos espectáculos, esgrimiendo 'medidas de seguridad'.

Este año los nuevos -o nuevas- califas de la Alhambra se han hecho fuertes en su recinto, impidiendo la llegada de taxis hasta las proximidades del Palacio, remitiéndolos a que desembarquen en la Puerta de la Justicia. Aparte, personalmente, de haber sufrido la penalidad en algún familiar con dificultades de movilidad, he visto a muchos ancianos subir lentamente por la histórica Puerta, afrontar las infames escalerillas mal iluminadas que desembocan en la placeta de los cañones y llegar jadeantes a los conciertos. Y para qué hablar de la bajada. Antes, se hacía cola en la parada existente en el Carlos V para esperar a los taxis que llegaban, al terminar el concierto -aunque el virrey de turno, el amigo Reynaldo, también limitó a cuatro los vehículos que podían estar en la parada-, sobre todo si se les llamaba por teléfono, que daba su número de puerta para evitar confusiones, y dejar al cliente en su domicilio. El día inaugural contemplé una inmensa cola en la Puerta de la Injusticia, hasta donde había llegado trabajosamente gente mayor esperando taxis que no aparecían.

No todos los asistentes al Festival son jóvenes que pueden permitirse 'el paseo' desde los aparcamientos alhambreños o no tienen vehículo propio, y me parece intolerable que los nuevos responsables (¿?) de la Alhambra les nieguen el acceso o descenso más cómodo a un evento que le da categoría al recinto, de cuyo uso son responsables y por ello cobran altos sueldos. Una vergüenza si, además, hemos visto, antes y ahora, el acceso de vehículos oficiales para transportar mandamases de tercera categoría.

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