El lanzador de cuchillos

La dictadura de la virtud

Ironías del destino, la España de los nacionalismos disgregadores se ha convertido al jacobinismo radical

Pedro, Pablo y sus voceros mediáticos abrieron la lata de los mastercitos y los vídeos chungos (cuántas horas de pe-rio-dis-mo al rojo vivo y qué satisfacción malsana en la sonrisa mefistofélica de Escolar jr.) sin caer en la cuenta de que cuando derramas la leche es difícil volver a meterla en la botella. Y, claro, la derecha le tomó la matrícula al "gobierno bonito", que ha resultado ser un fake, y la prensa liberal/conservadora le está cayendo encima con un arsenal de tesis fusiladas, enjuagues fiscales y maestrías ful de Estambul. El sanchismo-podemismo, que golpeó primero, no deberia quejarse, pero, por favor, que alguien avise cuando a la oposición, como al cornudo del chiste, no le quede "ni gotita de rencor", porque el espectáculo es insoportable para un país que tiene unas cifras de paro tercermundistas y al que el nacionalismo filofascista vuelve a lanzar un órdago que amenaza con hacer saltar las costuras de su convivencia democrática. Aunque es verdad que fue la izquierda quien, desde su atalaya moral, elevó el listón de la exigencia a tal altura, que ni un reputado astronauta -y un hombre de bien- como Pedro Duque ha conseguido superarlo.

La dictadura de la virtud ha desencadenado un proceso paranoico que ha anulado el debate público y amenaza, además, con alejar definitivamente de la actividad política a personas válidas y preparadas, que no querrán jugarse sus carreras y sus vidas en el fuego cruzado de las trincheras. No queda lejos el día en que leeremos crónicas escandalizadas de un ministro o un alcalde que devolvieron al videoclub una película sin rebobinar. Mientras tanto, las teles conectan en directo con el Coliseo y la audiencia, insaciable, abuchea a los gladiadores y exige crueldad y sangre.

El país de los enchufes y los chanchullos, el de la economía sumergida y los eres más falsos que aquellos duros antiguos, se ha llenado de repente de robespierres, de ciudadanos incorruptibles dotados de un extraordinario sentido de la moral individual y política. "El terror, sin virtud -afirmaba el revolucionario francés-, es desastroso. La virtud, sin terror, es impotente". Ironías del destino, la España de los nacionalismos disgregadores se ha convertido al jacobinismo radical. La situación se ha vuelto insostenible. Nadie puede estar seguro, cualquiera puede ser enviado al patíbulo. "Quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra", gritó Jesús a la turba que se disponía a lapidar a la adúltera: en la España actual la pobre mujer habría quedado sepultada bajo cuarenta y cinco millones de adoquines.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios