la esquina

José Aguilar

La digestión de la Diada

DIGERIR las consecuencias de la Diada catalana del 2012 no va a ser un ejercicio fácil para nadie, excepto para los que ya han decidido que el malestar expresado en la calle no tiene más salida que la independencia, mientras más pronto mejor.

Algo ha cambiado sustancialmente en la relación España-Cataluña, signada desde hace tiempo por la irritación mutua. Por un lado, el carácter multitudinario de una manifestación que esta vez no ha reivindicado reformas y mejoras, sino ruptura y secesión. Sus organizadores han dado un paso adelante, cualitativamente distinto a todas las manifestaciones catalanistas anteriores, incluyendo las dos más masivas y exitosas: la de 1977 exigía un estatuto de autonomía dentro del Estado español y la de 2010 protestaba por el recorte decretado por el Tribunal Constitucional a otro estatuto más ambicioso, pero ninguna defendía la superación del marco estatutario y constitucional. Esta ha sido decidida y expresamente diferente.

Por otro, el alineamiento indubitado de Artur Mas con la proclama soberanista que ha concitado tan elevado respaldo popular, que ha dado a la Diada una dimensión histórica novedosa. En esta ocasión el presidente de la Generalitat no se ha limitado a rentabilizar para sí -todo aprovecha para el convento, ya saben- las movilizaciones y los planteamientos de otros no enteramente coincidentes con los suyos, sino que se ha subido a la ola más radical. Ahora ya no pide el pacto fiscal para no tener que abrazar el independentismo, sino que lo considera una etapa más hacia el Estado nacional catalán. Aspiración ineludible, con pacto o sin pacto.

Por la parte española no se ve mejor actitud para la buena digestión que la eventualmente acordada por los dos grandes partidos nacionales, PP y PSOE, a base de firmeza y ausencia de dramatismo. Para lograrlo hace falta que el PP desactive las tentaciones de la amenaza y el apocalipsis que anidan en sus filas y que el PSOE se imponga, si fuera capaz, al soberanismo aún minoritario que anida en el socialismo catalán. Populares y socialistas de la mano tendrían que conjurarse para afrontar el desafío, siendo conscientes de que sólo pueden ofrecer a Mas una reforma de la financiación autonómica pactada con todas las comunidades, no bilateral Estado-Generalitat, pero nunca el concierto que le va a reclamar a Rajoy el próximo día 20 y que el propio Mas considera ya un simple paso más hacia la separación.

Lo único que quedaría, entonces, es convencer a los ciudadanos de Cataluña, ante su hora de la verdad, de que la independencia les traerá la hostilidad de España y los inconvenientes de ponerse a llamar a las puertas de la Unión Europea. Empezar casi desde cero.

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