Mirada alrededor

Juan José Ruiz Molinero

jjruizmolinero@gmail.com

Los dioses independentistas

El futuro de España y la Constitución no pueden depender de los nacionalismos excluyentes

Los españoles aprobamos, en 1978 por inmensa mayoría, la Constitución que tras 40 años de dictadura garantizaba, al fin, un Estado democrático de Derecho, en una España, rica en su diversidad, pero unida en un ideal común de convivencia y libertades. No ha sido, hasta ahora, un papel mojado, como tantas otras, ni frágil para arrastrarlo el aliento cainita, que con demasiada frecuencia ha enfrentado a los españoles, sino un bálsamo para restañar heridas y recuperar un país equiparable al resto de las democracias europeas.

Quizás a las nuevas generaciones este día suene, simplemente, a puente festivo, olvidando que pueden vivir en libertad gracias al respeto de ese papel, y si sus situaciones personales no son deseables -derechos al trabajo, a la vivienda digna, etc.- no es porque no estén esos derechos en la Carta Magna, sino porque no se han cumplido. Por eso, cuando voces irresponsables claman por su derogación -palabra en boga-, cambio o sustitución habrá que estar muy atentos a los que pretenden convertir aquellos históricos folios firmados en la Transición en papel higiénico.

Réquiem por la Constitución titulé un comentario reciente, teniendo en cuenta las exigencias de los actuales socios del presidente Sánchez, a los que le debe su permanencia en La Moncloa. Actualmente estos dioses independentistas -a los que se ha unido Bildu, con su sangriento pasado a cuestas, pese a que el Gobierno actual pretenda blanquearlo- son el mayor peligro para un país -y naturalmente para su Constitución- si dependiera de sus enemigos, los nacionalismos excluyentes.

He llamado dioses a los líderes de esos nacionalismos -exentos, según ellos, de cumplir leyes y respetar instituciones- porque parten de la obscena idea de una imaginada superioridad. Arzalluz, viejo dirigente del PNV, basado en las tesis racistas de Sabino Arana, hablaba del diferencial RH negativo de los vascos, mientras el nacionalismo catalán, en sus extremos -recientemente Puigdemont y Torra- han hecho gala de ese falso supremacísmo racial, junto con el cultural y social para cimentar su necesidad de desgajarse del árbol común que odian profusamente. Odio o desprecio que ya señalaba Ganivet en sus referencias a la burguesía catalana.

Transitar con estos compañeros de viaje -que no representan ni siquiera a la mitad de pueblos cultos y admirables como el catalán y el vasco- es arriesgado, sobre todo si los que gobiernan el Estado español tienen pocos escrúpulos en arrodillarse ante estos falsos ídolos para obtener favores, llevándoles al altar de los sacrificios, si hiciera falta, la doncella todavía conocida como España. Espero que jamás ocurra, pero es sano recordar ese desafío, aunque no suenen bombas ni pistolas

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