La colmena

Magdalena Trillo

mtrillo@grupojoly.com

El efecto streisand: de Fariña a Cifuentes

En Alemania ya habría dimisiones; en Reino Unido ya habría dimisiones. Y no sólo políticas, también académicas

Decía Alice Munro que "la felicidad constante" no es otra cosa que la "curiosidad". Pero esa debilidad tan humana que parece 'mover' el mundo puede ser un arma de múltiples filos. Hacia lo mejor y hacia lo peor. Puede ser la pieza del dominó que desencadene el conocimiento y el progreso, pero también la que aboque a la manipulación y a la intoxicación más destructiva. Un juego caprichoso. Con reglas aleatorias e incontrolables.

En internet, por ejemplo, se habla del efecto Streisand. Es cuando se intenta interferir en el mensaje a través de la censura. ¿Qué se ha prohibido qué? ¿Qué no se puede ver qué? Y es entonces cuando lo convertimos en best-seller y en viral. Tan viejo como la vida: basta con negar para matar con la curiosidad. Le ha pasado, por ejemplo, al libro Fariña: fue número uno en ventas en Amazon nada más ordenarse el secuestro de la publicación a partir de la denuncia por calumnias que interpuso un alcalde gallego integrado en la historia de narcos que narra el periodista Nacho Carretero -aunque el regidor fue condenado, finalmente quedó absuelto- y, con la correspondiente elipsis judicial, ya hilvana hasta una serie de televisión. También lo acabamos de ver este año en Fitur con la obra de Santiago Sierra sobre los políticos encarcelados del procés que ha terminado eclipsando toda la feria y confiemos en que sea el recorrido del inaudito decálogo de "escuela feminista" en el que una facción de CC OO apuesta por prohibir el fútbol en el patio y sacar del temario a autores como Rousseau, Neruda o Reverte por misóginos y machistas. ¿No leer a quién?

Sobre las nuevas mordazas de la era digital, John Gillmor ya advertía en los 90 que, para que de verdad tenga éxito, la censura debe ser invisible; no se puede notar. Y es que lo realmente efectivo -y lo sabemos bien los periodistas- es la autocensura: porque no te vas a rebelar contra ti mismo y porque, al final, funciona. Es como si desactiváramos el gen de la curiosidad, como si pulsáramos el pause del juego. Justo, lo que esta semana tendría que haber hecho Cristina Cifuentes. Es increíble la cadena de errores y los efectos colaterales que puede enlazar un intento de ocultación. Partiendo de un cuestionamiento inicial sobre el fondo de la polémica -no termino de entender para qué necesita un máster la presidenta de la Comunidad de Madrid, qué gana con un título si la lucha de poder en el PP es tan maquiavélica como parece-, las confusas explicaciones del rector de la Rey Juan Carlos y el cúmulo de contradicciones que se han ido acumulando sólo nos dejan un desenlace creíble: el fraude primero y las mentiras después.

Ya no importa si aparece el Trabajo Final de Máster (TFM) y un funcionario suicida para la caza de brujas. Ha sido un (nuevo) golpe para la ya desprestigiada institución madrileña -ni un año hace del escándalo de los plagios- y una tomadura de pelo para cualquiera que conozca mínimamente -y sufra-el estricto funcionamiento y los desesperantes controles de la universidad española. En Alemania ya habría dimisiones; en Reino Unido ya habría dimisiones. Y no sólo políticas; también académicas.

En teoría, y pongo el condicionante porque estamos en España, cuanto más se justifica lo injustificable, más debería engordar el efecto Streisand. Salvo en un país donde nunca pasa nada y donde es mucho más recurrente la teoría del razonamiento motivado de Ziva Kunda: si las pruebas nos contradicen, las ignoramos o les damos la vuelta. Lo que practicamos todos cuando nos negamos a rectificar y a cambiar de opinión aunque nos demuestren que estamos equivocados. Inconscientemente, descartamos lo que nos estorba y nos aferramos a lo que nos interesa. Como la memoria selectiva. No es que nos falten datos; es que no importan los datos. Ni los hechos.

Sostiene la psicóloga social israelí que es un escudo social contra la manipulación y que la única manera de desactivarlo es reconstruyendo el relato desde la emoción. Con Fariña ha funcionado, a Sierra le ha funcionado, pero ¿a Cifuentes? De momento, su única baza (ni el PP la apoya) es seguir en la cama con gripe y confiar en que el tiempo ayude a censurar la curiosidad.

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