EL Gobierno empieza a dar síntomas de descontrol. Ni la obstinación de Mariano Rajoy en defender numantinamente al tesorero Bárcenas, cada día más cerca de la imputación en el caso de la trama de corrupción de Correa, sirve de alivio a la sensación de imprevisión e improvisación que se va adueñando del Ejecutivo de Zapatero. La peor sensación que se puede transmitir.

Esta semana ha sido estelar. El presidente parece decidido a cerrar la central nuclear de Garoña, aportando en público datos confusos y poco documentados, mientras el ministro de Industria, Miguel Sebastián afirma que la energía nuclear es insustituible en España. La vicepresidenta Salgado anuncia que el fondo de ayuda a bancos y cajas de ahorros implicará retirar el derecho de veto de las comunidades autónomas a las fusiones de estas últimas, y Zapatero lo niega, atendiendo a la alarma expresada por Andalucía y Cataluña.

Peor ha ido con la política fiscal. El pacto entre PSOE e IU para aumentar los impuestos a los ricos y famosos (en realidad, a las clases medias, que constituyen el grueso del personal imponible) duró unas horas, el tiempo justo que tardaron los nacionalistas de CiU en avisar a la vicepresidenta Fernández de la Vega de que si seguían adelante con esa reforma fiscal no iban a poder contar con ellos para aprobar en otoño los presupuestos de 2010. Hace un mes pasó lo mismo, pero al revés: el acuerdo PSOE-CiU para poner en marcha la cacareada reforma laboral también resultó flor de un día, víctima de las amenazas de IU y de los sindicatos. Donde las dan las toman.

Que De la Vega amenace con resucitar a vuelta de las vacaciones la progresividad fiscal ahora aparcada no resulta creíble, dado el tremendo coyunturalismo en que se ha instalado el Gobierno. En cuanto a sus advertencias de que se preparen los ricos y no piensen que bajarán los impuestos sobre sus yates, forman parte de la demagogia de los descamisados que se queda en palabras en cuanto se confronta con la realidad, la política de abalorios progres a la que se refería días atrás mi compañero Carlos Colón. Falta decidir si se quiere gobernar con la derecha o con la izquierda, falta una orientación clara que, a sabiendas de que no se puede contentar a todos (piensen en la financiación autonómica, donde parece que todas las comunidades van a salir ganando, cuando ya tenemos un déficit público pavoroso), marque un camino, el que sea, con todas sus consecuencias, falta elegir entre opciones quizás malas y peores y falta liderazgo capaz de pedir esfuerzos y sacrificios.

El Gobierno se va pareciendo al ejército de Pancho Villa, mal pertrechado para la crisis, desorganizado y caótico. ¡Qué digo! Por lo menos en el ejército de Pancho Villa había uno que sabía lo que quería y lo mandaba hacer.

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