Aquellas fotos de Antonio Garamendi, el dirigente de la patronal española, en tan buena sintonía y complicidad con la ministra Yolanda Díaz no tienen tanto tiempo; poco más de un año desde las felicitaciones mutuas por los grandes acuerdos alcanzados, que superaron la docena en unos momentos muy delicados por la pandemia y sus consecuencias económicas. Desde entonces hasta hoy, con la actual escalada de tensión entre el Gobierno y los empresarios, parecen haber pasado siglos. ¿Qué ha ocurrido? La subida del salario mínimo sin consenso, los nuevos impuestos, lo del “festín de los de arriba”, los topes, el estatuto del becario o la negociación salarial... Pero sobre todo hay una palabra clave: elecciones. O dos: ciclo electoral.

El mismo presidente de la CEOE arrancó ese ciclo en otoño pasado con su propia reelección y esto, según los analistas económicos, ya empezó a cambiarlo todo. El feeling con una ministra comunista y el perfil dialogante (pactista, lo llamaban) del empresario eran una debilidad ante los sectores más duros de la patronal. En ese ala había un granadino, Gerardo Cuerva. 

Ahora es el Gobierno de España, y los partidos que lo forman, quienes tienen que someterse en pocos meses al escrutinio de sus votantes en elecciones municipales, autonómicas y generales. Los miembros del Ejecutivo han emprendido una cruzada contra el vil empresario, ese gordo avaro amasador de billetes que aprendimos a odiar desde la tierna infancia. Es un tiempo político para ponerse del lado de “los de abajo” y demonizar a “los de arriba”.

Granada es un ejemplo paradigmático de cómo se contagia la crispación. El alcalde, Paco Cuenca, siempre ha sabido que en los encuentros empresariales no jugaba en casa, pero hasta ahora se han guardado las formas, hubo citas cordiales y hasta se han sentado juntos en una mesa. Todos eso parece haber saltado por los aires. Atrás quedaron las fotos de paseos y confidencias. 

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