Es frecuente oír que las banderas "son un trapo". Se llega a dar el ikeriano misterio de que son los mismos que dicen que es sagrada la de su Atlético de Villatórtola de su alma o aquellos que ondean la suya con el frenesí con que pisotearían la de su adversario (ése que da tanto sentido a su vida). Las banderas, como muchos otros artefactos humanos, son un símbolo, un objeto que representa algo: una idea, una cierta condición, una causa común, un territorio. La pasada semana he envidiado el trato que se da a las banderas en la formidable localidad francesa y bretona de Saint-Malo, que traigo a colación para compararlo con el trato que aquí damos, tantas veces, a estos símbolos que ondean por todos los rincones de la tierra por causas culturales, patrióticas, militares, deportivas, homosexuales, náuticas y hasta piratas.
Saint-Malo es una pequeña, próspera y elegante ciudad de Bretaña, una región cuyos habitantes tienen un fuerte sentido de identidad propia, con sólidos motivos históricos, fronterizos, religiosos y económicos que lo avalan, con un idioma propio y una reclamación de minoría dentro de Francia que los hace identificarse con otras dentro del Estado galo: corsos, flamencos, alsacianos y catalanes del Rosellón o la Cerdaña. Aun así, dicen que los malouins se sienten primero de su comuna, y ya luego bretones y franceses: es un secreto a voces que el poblado de Astérix está inspirado en el Saint-Malo del siglo I antes de Cristo. En su señero castillo ondean las banderas de Saint-Malo, Bretaña, Francia y Europa, sin problema alguno y todas al mismo nivel. ¿Todas? ¡No! Tres metros arriba en otro mástil vuelve a flamear la bandera local. Todo un símbolo entre símbolos: la identidad dentro de lo común. Lo cual, siendo una localidad y región más rica, es rara avis si lo comparamos con el nacionalismo vasco, padano o catalán de hoy.
Recuerdo a unos viejos profesores ingleses -pérfidos y geniales- que nos preguntaban hace años en Brno, Chequia, por qué los catalanes y los vascos españoles eran separatistas y hasta violentos- y sus paisanos franceses, no. Pollos docentes universitarios que éramos nosotros, les respondimos -creo que atinando- que por tres motivos: por aquello de "cabeza de ratón (español) y cola de león (francés)", o sea, por economía; por reacción a la Dictadura… y porque la República Francesa nunca admitiría ni admitirá la voladura del Estado, ni ha sufrido la perversión de la descentralización en forma de propaganda antiespañola destinada a embriones de una generación, hoy adulta.
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