El eterno retorno

Tengo la sensación, nada original, de que el tiempo pasa cada vez más rápido. Vivir es como caer

Muchos años después de ser compuesta September, el himno de Kool & The Gang, una película de dibujos animados la ha resucitado. Suena mucho en Robot Dreams, la historia de amistad y amor entre un perro y un robot. No me he parado a buscar cuántos años tiene la canción, pero me es igual. No importa su edad, sino su vigencia. No sólo la música, los libros o los discursos políticos, también las personas podemos recuperar nuestro lugar en el alma o en las pesadillas de cualquiera muchos años después. Todo parece volver de un modo u otro, de todo hay un corazón delator, una semilla hundida en la tierra. Las distancias se acortan cuanto más vivimos, el tiempo cada vez tiene menos tiempo para sí. El pasado cada vez está más cerca y el futuro nos es cada vez más ajeno. Y vas entendiendo los gustos sencillos, la vida lenta de los árboles, Cuentos de Tokio.

Todos los años, cuando el viejo se agota y nace el nuevo, mientras reparto abrazos y bebo champán, tengo la sensación, nada original, de que el tiempo pasa cada vez más rápido. Vivir es como caer. La gravedad va sumando velocidad con la altura, y uno se imagina así, tratando de entender algo mientras el vacío, que nunca vemos, está cada vez más cerca, cada vez más rápido.

Mi abuelo Nicolás lloraba todos los años después de las campanadas. El pobre, desde que tenía setenta años, pensaba que el año siguiente no estaría. Era un hombre muy sentido y muy callado, y para mí esas lágrimas eran como un destilado hecho de palabras no dichas. Estuvo derramándolas 30 años más, casi llega a los cien años. Esa era su función. Las copas se llenaban de burbujas y a él se le nublaba la mirada. No había Nochevieja sin belén, sin sopa de picadillo, sin sus tímidas palabras de amor, que siempre se contaban con los dedos.

El reloj parece hablarnos y nos dice que nuestra vida debe ser breve. El abrazo que le das a tus padres o a tus hijos celebrando el año nuevo es siempre el primero, y cada año lo esperas con algo más de ganas. Hace tiempo advertí que en estos encuentros periódicos uno cumple siempre un papel, como hacía mi abuelo sin saberlo, y no siempre es el mismo. Y te amoldas a este rol cambiante. Sin dejar de ser hijo ni hermano, eres tío o esposo o abuelo. Los que están se van, alguien viene a ocupar su lugar. Creces, te vas haciendo menos joven, y todo se va serenando, como un remolino que se aquieta, y te ves cambiar en los ojos de quien te mira, y las alegrías y los dolores se van pareciendo más entre sí, habitando ese rincón callado y dulce al que llamamos experiencia.

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