Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

557.000 euros

UN huevo. La exhibición de las famosas piedras de la vieja plaza de toros del Triunfo (auténticos bloques de cantería del siglo XIX) le va a costar a la Administración un huevo. Un huevo de la Administración es mucho más que un testículo humano, aunque bien es verdad que los organismos públicos tienen muchos huevos. ¡Pero muchos! Las criadillas de un ayuntamiento o de una consejería cotizan más que un cojón simple (dicho sea con perdón). En el caso de la plaza de toros, el huevo equivale, aplicando el cambio legal, a 557.000 euros, lo que no está nada mal. Esa suma es la que tendrá que desembolsar el Ayuntamiento de Granada o la Consejería de Cultura para conservar y exhibir los pedruscos que hallaron los arqueólogos hace lo menos cinco años y que formaron parte de uno de los graderíos del coso.

Las piedras, como se denomina popularmente a tales reliquias, están escondidas desde su floración en una especie de cámara del tesoro situada en una dependencia del aparcamiento del Triunfo en la que, hasta ahora, nadie ha logrado penetrar. Los periodistas hemos intentado en varias ocasiones fotografiar los míticos cantos taurinos pero no hemos obtenido el permiso. Supongo que ese celo de la Administración en esconder los restos es proporcional a su cotización. De otra manera es inexplicable.

Me temo que la financiación del escaparate subterráneo derivará en una nueva controversia, pues si no hay dinero para pagar funcionarios no debería haberlo para acomodar unas piedras de un interés muy discutible. El lector ya conoce la historia: en plena bulla electoral, mientras el Ayuntamiento renovaba la Avenida de la Constitución, aparecieron los restos. La Consejería de Cultura detuvo las obras. Y se armó la marimorena. ¿Qué interés arqueológico tienen unas piedras del siglo XIX? Salvo el sentimental, es decir, el valor que le puedan prestar los taurinos nostálgicos, me temo que poco o ninguno. Al menos para el público común, que es para quien se van a exhibir las piedras. Ni usted ni yo, querido lector, mi semejante, mi hermano, seremos capaces de comprender jamás las energías ni el dinero invertido en guardar unas piedras anodinas y no tan antiguas: a la sumo, contemporáneas de nuestros bisabuelos.

Yo creo que estarían mejor en un museo dedicado a la insensatez política. Un museo donde se podrían reunir las piezas que han servido en los últimos treinta años para azuzar la confrontación, incluidos los bastones de mando de los alcaldes, los ladrillos de las obras ilegales, los billetes de la extorsión y las licencias manuscritas que han arruinado la Vega.

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