SESENTA años después, el Barcelona vuelve a poner un Luis Suárez en su vida. Si en aquel verano de 1954, el coruñés Luis Suárez Miramontes llegaba a Les Corts como alternativa al trono de Laszy Kubala, en éste de 2014, el uruguayo Luis Alberto Suárez Díaz llega al Camp Nou para meterse de lleno en la corte de Lionel Messi. De esta forma comprobamos que los paralelismos entre un Luis Suárez y otro son indiscutibles e irrefutables.

Ya se daría este Luis Suárez uruguayo con un canto en los dientes si lograse la mitad de los éxitos que su tocayo gallego consiguió a través de siete cursos repartidos entre el viejo Les Corts y el colosal Camp Nou que él vivió en su estreno. Y ya que estamos con los paralelismos, no tendría nada de extraño que el actual tropezase con los mismos obstáculos que el gallego, pues el predicamento de Messi en el aficionado culé es similar al que disfrutaba el gran Kubala.

Es la noticia de este fichaje con cifras tan obscenas lo que ha convulsionado las vísperas del cierre mundialista. Está claro que lo de esta tarde, con ese partido de consolación que siempre se afronta como un chino en el zapato que bien pudiera abolirse, es agua que no mueve interés alguno. A Holanda le fastidia por la demora de vacaciones y a Brasil le hiere el alma comparecer ante su torcida cuando tan cerca está en el tiempo la tarde trágica de Belo Horizonte.

El partido de consolación es un cáliz para dos equipos que llegaron a verse con la Copa del Mundo en manos de su capitán. No ha sido así y si a Holanda se le cae de la boca un caramelo más, lo de Brasil es la mayor tragedia conocida desde que el fútbol es fútbol. Seguro que ambos hubiesen dado lo que fuese con tal de ser eximidos del trágala que supone el partidito de hoy en el Nacional de Brasilia. Y, claro, el estratosférico fichaje de Luis Suárez por el Barça se lo ha comido con papas.