Resulta que ya estábamos en la aldea global, pero desde el principio de la pandemia la óptica ha sido local: lo mal que le está yendo a fulanito, el presidente que se equivocó, la presidenta que puso remedio a tiempo... Lecturas sobre lo bien o lo mal que lo hacen los países, las regiones o hasta el pueblo más diminuto. Hasta el punto de que acabamos enfrentados en fases y recelando del vecino del pueblo de al lado. Mejor no mentar las ideologías o la fractura social y política. El caso es que hemos fallado como sociedad, como continente, como país, como región, como ciudad, como ciudadanos, como mundo global... El fracaso es un hecho. Y no sólo ahora en la pandemia, sino que la clave de todo es que el fracaso seguirá estando ahí después como ya lo estaba antes del coronavirus. La cuestión es no resignarse al fracaso y aprender de lo que se puede mejorar no tirarnos los trastos en función de afinidades. Y si hay un nuevo orden mundial que sea más sólido y la aldea un lugar mejor. En este fracaso y en los demás las dosis de azar también juegan. El aleteo de la mariposa que lo cambia todo. De héroes a villanos en un pispás. Y al revés.

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