Gas de la risa en Los Cármenes

03 de septiembre 2025 - 03:10

Unos amigotes de mi barrio hacemos una porra cuando juega el Granada. No para intentar acertar si va a ganar o perder, pues esa disyuntiva ya la tenemos resuelta tras ver el material humano del que dispone el equipo, sino en acertar en qué minutos le van a echar a un jugador. El domingo pasado acerté yo al decir que nos íbamos a quedar con uno menos entre el minuto 50 y 60, cuando el jugador del Granada se tiró en plancha al del Mirandés seguramente confundido o creyendo que se trataba de un partido de rugby en vez de uno en el que se juega con los pies. Llegado a este punto en la Liga, podemos decir sin temor a equivocarnos que los jugadores del Granada se han acostumbrado a la tarjeta roja como los toros al trapo que embisten cuando los provoca el torero. Fue Helenio Herrera el que dijo que se juega mejor con diez, pero en el Granada seguro que no han oído hablar de este sabio del fútbol, ya que se niega a jugar mejor cada vez que le expulsan a uno. Tal es así que ya hay una empresa que quiere remediar la situación plantando semáforos en las esquinas del campo, siempre con el rojo encendido, para recordarle a los jugadores que es el color que está prohibido.

Tras tres derrotas seguidas y no haber conseguido punto alguno, la salida del campo de los aficionados el domingo pasado recordó al monólogo de Escarlata O’Hara en la tierra de Tara: “Juro que no volveré a pisar los Cármenes en lo que queda de temporada”. Con un portero que no levanta la mano ni para parar un taxi, una defensa que es el coladero de los cedazos que se utilizan en el jardín y una delantera que no es capaz de meter un gol ni al arco iris, los aficionados del Granada van a Los Cármenes como aquellas vacas que meten en un camión e intuyen que van al matadero: con el cimiento anímico hundido y a la espera de la puntilla. Lo comprueban nada más pitar el árbitro el comienzo del partido, cuando ve a los jugadores correr en estampida, como los búfalos asustados al oír un tiro: sin ton ni son y sin alguien que los guie hasta la portería contraria. Hace falta pues que sobre la grada desilusionada alguien suelte una bombona de gas de la risa, como la que incautaron el otro día en Santa Fe, para insuflar el aficionado esa alegría que su equipo le roba cuando entra al campo. Qué pena.

stats