Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Ylo más grave es que un gobernante, que se dice socialista, niegue la pobreza. Porque gobernar contra la pobreza, debiera de ser la razón del socialismo. Pues si no, ¿a quiénes dicen defender las gentes de esa ideología? Y es que todos esos discursos no han acabado más que en una serie de imposturas ridículas y hasta contradictorias entre los distintos ministerios, que ya se las creen muy pocas gentes pues, simultáneamente, cuando uno dice que va a hacer, otros afirman que ya está hecho o que no será así. De este modo se nos presentan muchos de los políticos, que dicen ser de la izquierda imperante y por el contrario, andan enredados en un galimatías de pensamiento, de ideología que huele a naftalina, que les impide expresar con verdad, claridad y convicción qué es lo que hoy defienden, cuales cosas son las que pretenden y a qué se dedican cuando les vemos pasar los años sin haber sido capaces de ponerse de acuerdo para presentar un presupuesto general del Estado. Ahí están, las dos docenas, dando palos de gallina ciega, en el ejercicio de las diferentes facciones del (des)Gobierno ‘progresista’ que padecemos, mirando hacia todos los puntos cardinales en la rosa de los vientos, en una desesperante ceremonia de la confusión, absolutamente desnortados y pronunciando, cada uno –como si fuesen locos por sinuosos pasillos de algún antiguo hospital siquiátrico– grandilocuentes y hueros discursos, descoordinados entre sí y sin que haya presidente que señale la acción de esa desconcertada orquesta de músicos sordos.
Muy preocupante la comparecencia del (des)presidente del (des)Gobierno, Pedro Sánchez, muy ufano él y sonriente, hace apenas cuarenta y ocho horas, hablando al país de una realidad que sólo está en su cabeza, antes de volver a desaparecer dentro de su estúpida paranoia, tratando de obviar los malos ratos y los soponcios por el afloro de tanto corrupto, alojado en los más altos puestos del Partido Socialista, del propio (des)Gobierno y hasta entre las sábanas de su propia cama monclovita. Y él, sin enterarse, ¡el listo! Según dice…
¡Ah! Sólo faltaban los artistas –esos que hacen de coro a esta mala orquesta– todos esos artistas que engullen con vanidad y hasta arrogancia las “ayudas” del pesebre público. Por un plato de lentejas ayudarían a firmar la sentencia de muerte de la propia democracia. Comiendo ellos… “Hay gente pa to”. ¿O no?
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