Mirada alrededor

Juan José Ruiz Molinero

jjruizmolinero@gmail.com

El mercadillo

Los electores asisten absortos a la indecente feria que los políticos están haciendo con sus votos

Los que hemos defendido la democracia, desde los primeros momentos de su instauración, lo hacíamos con la condición de respetar escrupulosamente los criterios de los ciudadanos expresados en las urnas. Paulatinamente el honroso capítulo democrático ha ido degenerando en una sucesión de pactos, muchas veces contra natura, la lógica y sólo por intereses partidistas y personales y casi nunca por el interés general. Pactos que, en muchos casos, contradecían lo expuesto por los propios elegibles durante las campañas electorales, con 'cordones sanitarios' fáciles de romper. Por supuesto, todos son legítimos, aunque retratan a quienes los hacen, y las mayorías, como no sean absolutas, no tienen demasiada relevancia, demostrada desde los comienzos -Ramón Ramos nos recordaba los cambalaches en el Ayuntamiento de Granada, por ejemplo, desde el trueque que hicieron los andalucistas de la alcaldía granadina por la de Sevilla, el poder ejercido por Valenzuela en el 'tripartito', etc-, pero es inevitable que, hoy, los electores asistan absortos al indecente mercadillo que los políticos elegidos están haciendo con sus votos: en Madrid, Barcelona y en cada rincón de la geografía española, amén del central. Es hora de revisar el sistema electoral para evitar, en lo posible, esa decepción democrática, porque el poder se fabrica en los despachos.

He insistido en el esperpento que impera hace tiempo en la política española. Me refería en el pasado comentario al asombro del revivido Valle-Inclán ante la inauguración de la XIII legislatura que, estimaba, aumentaría cuando comenzara el mercadillo para formar gobiernos en los distintos ámbitos: nacionales, autonómicos, locales, etc. Como en las antiguas ferias de ganado, tras mirarles los dientes políticos a los protagonistas, vendedores y compradores llegarían al momento clave del precio, con su regateo incluido que formaba parte de las viejas ferias. Con una variante: no hacían falta documentos firmados. Bastaba la palabra y un apretón de manos para sellar el acuerdo. Como en la clase política hay poca gente de palabra -además de no cumplir sus promesas electorales, cosa habitual y hasta aceptada-, tampoco se sabe lo que van a hacer con el cándido voto depositado en las urnas si hay que pactar. Estamos en medio de un reparto de cromos. Los bufones del reino están en plena acción. Ya veremos con quienes se acuestan políticamente. Lo malo es que luego lo grabarán en vídeo y lo mandarán a las redes sociales, convertidas en el vertedero de la sociedad tecnológica. Valle-Inclán hará mejor en regresar a dónde estaba, porque la España que está viendo no es mejor que la por él retratada genialmente. Pero no podrá evitar que le llegue la desaforada gritería de los vendedores ambulantes del poder.

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