Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Coger el rábano por las hojas es un dicho popular que alude al vicio de interpretar algún asunto con simpleza, anteponiendo en el juicio lo accesorio --las desechables hojas del rábano– a lo esencial, la parte tuberosa de la especialísima hortaliza que pocos, con delectación, aprecian. Cogemos el rábano por las hojas en la fe del rumor; en las discusiones de amor, embravecidas por la epidermis, el hastío o el triste inventario de afrentas enquistadas: el amor se dirime, comparte o corroe tantas veces por obra de las hojas caídas de un rábano mal cultivado, que irrita las entrañas y agría los sentimientos. Con el viento del tiempo soplando lento, pero en popada.
Los manipuladores preparan sus triles creando una cancha cuyo césped son hojas de rábano; asuntos menores, detalles triviales con pegada emocional, puras mentiras y engaños en comandita con otros. Rábano de corintias hojas, la demagogia es una práctica política cuyo pícaro objetivo es ganarse el favor cotidiano o el voto puntual de los caladeros electorales, por medio de concesiones irresponsables, mensajes sentimentales, quimeras hechas promesas. Arteras tácticas de comunicación que son carburante barato que puede mantener en marcha, y sin derecho, el poder personal de quienes confunden a sabiendas el corazón del rábano con sus hojas. Y creen hacer bien: nada hay más plástico que una conciencia humana. Raskólnikov, protagonista de Crimen y Castigo asesina a dos ancianas. Mas la culpa del joven muta, en breve, en coartada de caridad por su desdichada familia. En esto sorprenden los que abominan del sentimiento de culpa, esgrimiendo la responsabilidad y el imperio de la autoestima como antídotos que, a menudo, son placebos morales. Selectivos e hipócritas. Minima moralia, escribió Adorno, y coreó Battiato –inmoralia por moralia– en su colosal Bandiera Bianca.
Antes que el quedo, prefiero a aquel neumólogo, fumador empedernido, que le prohibía el tabaco al escamado paciente, con brutal franqueza: “Haga lo que yo le diga, no lo que yo hago”. Tire usted la primera piedra, congénere. Pongámonos en guardia frente a la fantasmagoría que viene como galerna electoral, e intentemos mandarla al rábano. Dudemos. No mordamos el anzuelo adornado de hojarasca, cebo de chovas de rompeolas.
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