Palabra en el tiempo

Alejandro V. García

Pero mira como beben

AFIRMABA ayer en su columna José Ignacio Lapido (por cierto, qué estupendo disco el suyo, qué gozosa e inquietante la primera audición) que el botellón va camino de convertirse en un subgénero literario. Yo ampliaría tales expectativas a otros ámbitos del pensamiento. El botellón es una ontología del granadinismo, una metafísica de la sed, incluso el fundamento de una hermenéutica de la ebriedad colectiva.Y un subgénero literario propio, por supuesto, sin semejanza con otros pues es épica, lírica, esperpento y melodrama. Las reflexiones diarias del alcalde y de sus concejales sobre el particular, en vez de aclarar los ignotos mecanismos que rigen la dialéctica del botellón, hacen más oscura y misteriosa su percepción, y multiplican al infinito su ya compleja trama.

Ahora, contra todo pronóstico, han irrumpido en el botellón ¡los rocieros!, cuya salida camino de la aldea almonteña coincide con el Día de la Cruz y, por tanto, con la declaración de la ley seca. Ambas hermandades, la rociera y la municipal, se encontrarán hoy para buscar una solución que permita a los romeros beber y comer el día de la partida pero sin infringir el edicto que prohíbe pimplar en la calle.

El asunto, en apariencia fácil, es de una profundidad teológica. Los rocieros habían trasladado este año la acampada desde la Huerta del Rasillo al Paseo del Salón, es decir, tenían previsto celebrar el almuerzo en el corazón mismo de la ley seca. ¿A dónde irán ahora? ¿A qué esquina del infierno liberada del edicto? ¿A qué paraíso? El absurdo nos ronda y amenaza con abrazarnos. Si absurdo es que el Ayuntamiento clausure su botellódromo (como si no estuviera de acuerdo consigo mismo sobre la utilidad del redil) más lo es que, después de dictar un bando prohibiendo beber en la calle, se reúna ahora con un grupo de eventuales bebedores para negociar cómo deben superar la estricta norma.

La hermandad del Rocío ha propuesto que los participantes en vez de beber literalmente en la calle lo hagan dentro de sus carretas y, supongo, que con la cortinilla echada, para no levantar suspicacias. La solución es insuficiente. Si se aceptara esta salida habría que aceptar también la legitimidad de esos automóviles tuneados alrededor de los cuales se concentran los participantes del botellón. ¿Y qué es un charrete rociero sino una carreta tuneada con cortinas, tapetes y faralás? Aunque la gran pregunta que subyace a todo es ¿incurren en botellón sólo los jóvenes de la bolsita o también los bebedores de fino rociero? ¿Qué diferencia hay entre unos y otros? ¿Sólo la elegancia? ¿El fervor? ¿La lonchas finas del jamón de pata negra de la tapa?

¡Que convoquen un concilio!

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