La ciudad y los días
Carlos Colón
Lo único importante es usted
Tenía 60 años. Era mujer, madre y esposa. Vivía en Alpedrete, un pueblo de Madrid, y fue su hijo quien la encontró muerta este domingo. No estaba enferma ni sufrió un terrible accidente. Fue cruelmente asesinada porque así lo decidió su marido. No consigo saber cuál era su nombre, a qué se dedicaba ni cuáles eran sus sueños. Porque tendría. El negacionismo más ruin ha devorado su historia. Sabemos que es ya la víctima número 37 de la violencia machista en España y la 1.332 desde que en 2003 comenzaron los registros oficiales. Datos gélidos, sin alma, en vísperas de ese atroz diciembre en que se cumplirán 28 años del asesinato de Ana Orantes, la granadina que fue quemada viva por su marido como represalia por confesar en televisión que llevaba toda la vida callándose sus palizas. Golpe tras golpe porque no tenía a dónde irse. Desde que se casó con 19 años hasta que una tarde se lo contó en Canal Sur a Irma Soriano esperanzada en ayudar a otras mujeres a encontrar una salida.
Ilusa. También tenía 60 años cuando le arrebataron la vida. Fue su caso el que hizo que España cambiara las leyes para proteger a las mujeres de la violencia machista. Para no hablar de “sucesos” ni de “muertes” sino de abusos, de agresiones y de terribles asesinatos. Fue su caso el que nos hizo pararnos en los medios de comunicación para también ser responsables sobre cómo lo contábamos. Sin caer en el sensacionalismo y sin exculpar a los agresores retratándolos como ese vecino ejemplar que “era tan buena persona”; ese marido que “tanto la quería”; ese padre de familia que un día sufrió un arrebato, bebió un poco más y… Le asestó 50 puñaladas y después se suicidó. Esos son los hechos de Alpedrete. No había denuncias previas. De ella no sabemos nada; del agresor sabemos mucho gracias a su alcalde… Sabemos que le dolía mucho la espalda y estaba deprimido, que llevaba tiempo con problemas laborales buscando una incapacidad que no llegaba y que “sufría mucho”. Dice Juan Rodríguez (PP) que esto no es “violencia machista”, que ha sido un “quitarse de en medio”.
Las mujeres no hemos ido demasiado lejos; estamos a años luz. Escribo estas líneas con escalofríos. Me puede la rabia y la impotencia. En tres décadas no hemos avanzado nada. A ellos los justificamos y a ellas las enterramos reduciéndolas a un número de una estadística que apenas sirve para embarrar la política. Ni siquiera hemos aprendido, hemos querido entender, que el feminismo no tiene nada de superioridad ni de radicalidad. Respeto e igualdad: ¿tanto pedimos?
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