Rosa de los vientos

Pilar Bensusan

Todos somos olímpicos

PUES sí, no sólo nuestros magníficos Nadal, Gasol, Deferr y compañía son olímpicos de primera y seguro que nos van a dar muchas satisfacciones en Pekín, a la que, por cierto, los 'esnobs' se empeñan en llamar Beijing porque hablar en chino está de moda. Y digo que no son ellos los únicos que asisten a unas olimpiadas, porque aquí, los que no tenemos dinero para ir a la capital china a ver saltos y carreras varias, también llevamos nuestras propias olimpiadas a las espaldas, tanto en temporada laboral como en vacaciones.

La primera prueba de la olimpiada casera se produce con el salto de la cama, que, si en invierno es inducido directamente por el odioso despertador, ahora en verano es consecuencia de los gritos, radios o casetes que desde tempranas horas generan los vecinos del apartamentucho en quinta línea de playa, cuando no es por el altavoz que, procedente de la calle, incesantemente repite "ha llegado el camión del tapicero".

Tras el agradabilísimo salto de cama, como hay que ir al hiper más cercano a comprar algo para desayunar, que ya ni hay cuartos para hacerlo en la cafetería, empieza la carrera de obstáculos, la señora con el carro, la abuela y tres niños que no se quitan del pasillo en el que está el pan, el guiri despistado que anda estorbando por todos lados sin saber donde está nada, la vecina del cuarto que te la encuentras justo unos metros antes de llegar a la ansiada meta, digo caja, y que no sabes cómo esquivarla para que no te cuente el parte diario. En fin, que la mini-compra prevista para quince minutos se convierte en un fin de carrera cargado de bolsas y con una hora y media de retraso sobre el horario de llegada previsto.

Ya en casa de nuevo, y provistos de olímpicos bañadores, antes de nadar los 100 metros braza, hay que hacer los 100 metros lisos en menos de medio minuto para alcanzar la ansiada primera línea de playa, aunque, al llegar, el oro no está asegurado ni mucho menos porque los jubilados defienden su porción de arena desde el amanecer jabalina en mano.

Después de unos cuantos metros espalda, croll, braza o mariposa y, para los más fuertes, algo de remo en colchón, hay que volver al pisito, comer y descansar, que la tarde se avecina igualmente olímpica. Ya duchados y preparados de nuevo para la aventura deportiva, hay varias opciones: o correr con la parienta los 50 kilómetros marcha por el paseo marítimo o irse de tiendas y, tras vaciar los bolsillos de los pocos euros que quedan, practicar halterofilia con las pesadas bolsas con cachivaches comprados, qué casualidad, en los chinos. En fin, tras un día olímpico, a dormir, que el oro o la plata mañana nos esperan de nuevo.

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