El lanzador de cuchillos

La portavoz tartamuda

La corrección política sólo sirve para clausurar debates y termina por empobrecer el nivel de la discusión pública

Si eres mujer, negra, feminista, antirracista y diputada de un partido de izquierda radical, tu tartamudez no será un problema para ser nombrada portavoz en el Parlamento. Ahí tienen el ejemplo de Joacine Katar Moreira, la vocera de Livre en la Asamblea de Portugal que, a quienes consideran su nombramiento extravagante y disfuncional, ha contestado: "Yo tartamudeo cuando hablo, no cuando pienso; el problema son los diputados que tartamudean al pensar". No albergo la menor duda sobre su inteligencia y preparación -es licenciada en Historia y doctora en Estudios Africanos-, pero un portavoz no sólo debe pensar correctamente, sino también hacerse entender, y la diputada Moreira es incapaz de plantear las preguntas que lleva preparadas en los noventa segundos reglados, por lo que ha solicitado que se le conceda un tiempo extra. Esto, afirma, responde a la igualdad de oportunidades que impone la Constitución.

Llevada al extremo, la corrección política sólo sirve para clausurar debates y termina por empobrecer el nivel de la discusión pública. En una columna aparecida en el New York Times, Mark Lilla critica precisamente el empobrecimiento del pensamiento liberal norteamericano a manos de una "política de la identidad" que, obsesionada con la defensa de lo diferente, ha perdido de vista que la política debe también operar en el terreno de lo común. Del sentido común, me atrevería a añadir.

Es un desafío de los países occidentales -en Guinea Bissau, el Estado fallido de donde procede la señora Moreira, están a otras cosas- construir sociedades cada vez más justas e igualitarias que fomenten la inclusión de las minorías, pero cuando la corrección pierde su función de defensa de la diversidad y se adentra en el terreno del esperpento, sólo contribuye a desnaturalizar la verdad. Lo que nació con un bienintencionado afán de protección, ha acabado engendrando un monstruo represivo, inoculando un virus que va cegando los capilares de la libertad de opinión y el debate abierto. La reacción contra los excesos de lo políticamente correcto suele ser el silencio autoimpuesto, la censura. Nadie quiere ser tachado de homófobo, racista o sexista. Por decirlo de un modo coloquial, la peña está a-co-jo-na-di-ta. Tiene verdadero horror a que le cuelguen el socorrido sambenito. Ya saben, el del puto facha. Pero por mucho que se empeñe el progrerío, una portavoz tartamuda es un oxímoron, como un tenista manco o un telefonista sordo, aunque en estos tiempos encogidos en los que la estupidez reina soberana no serán muchos los que se atrevan a gritar que el rey está desnudo y que a la portavoz Moreira no la entiende ni dios.

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