Rafael García Manzano

10 de septiembre 2025 - 03:06

Hace unos días Rafael García Manzano cumplió 90 años y no voy a esperar a que se muera para decir lo que pienso de él a través de una necrológica, género periodístico que él decía que era el mejor porque, a diferencia de la entrevista, no se necesitaba grabadora y tampoco había peligro de que el protagonista llamara al director para quejarse. Rafael fue uno los redactores jefes que he tenido a lo largo de mi amplia trayectoria laboral. Cachazudo, guasón, benevolente, apasionado… Había pasado gran parte de su vida en aquellas redacciones que olían al plomo de los talleres, a madera vieja y a petaca de coñac. Se desvirgó en el Diario de Cuenca, recién terminados sus estudios en la Escuela Oficial de Periodismo. Después fue jefe de cierre en el Ideal Gallego, en esa época en que todas las profesiones que poblaban la noche empezaban por ‘pe’: putas, policías panaderos y periodistas. Después de su paso por la Delegación de Ideal en Jaén, recaló en Granada, en donde enseñó a un montón de jóvenes periodistas a ejercer el oficio en el que creíamos. Todos los redactores le teníamos aprecio, porque no te decía que la obligación de un periodista era cambiar el mundo o remover la silla del alcalde con tus artículos, sino que lo que escribieras fuera verdad, sin esperar grandes resultados, solo llegar a fin de mes y tener dinero para pagar el alquiler o la hipoteca. Un mal día el hígado le dio un aviso, le dijo que dejara de acudir a los garitos que la noche le proporcionaba después de cerrar el periódico. Ni siquiera pensaba en su jubilación cuando le tuvieron que trasplantar ese órgano que más funciones hace en el cuerpo humano. Pero García Manzano mantuvo su estética hasta el final de sus días laborales, siempre displicente con los tramposos, los corruptos y con los tontos, porque sabía que en eso se debía en gran parte la ética de la profesión. Hombre cabal y generoso, jamás lo vimos intentando caer bien a los políticos o babosear delante de los poderosos. Su trinchera era su mesa de trabajo, en donde los redactores poníamos nuestros textos mecanografiados esperando su aprobación para ir a la composición en las linotipias. Rafael, que sigue venteando con su olfato instintivo una raza a punto de extinguirse, ve ahora con tristeza la degeneración del oficio, cómo la crisis devastadora del periodismo ha paralizado de alguna manera las redacciones, en donde escribir o hablar con libertad y actitud crítica adquiere dimensiones heroicas, pues lo que está en juego es la pura supervivencia. Larga vida, Rafael.

stats