NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
Amable lector, ya sabes que me gusta tirar del anacronismo productivo y que no temo la confrontación, si no es que la busco, entre el pasado y el presente, intentando entender lo que nos sucede. Tampoco tengo muchas más cosas que hacer. No pretendo acabar con la ola de adanismo que nos invade y que, convencida de que el mundo brotó ayer, ha clausurado el pasado. Pero me educaron para husmear en la historia. Y más ahora que, de nuevo, como en el mito clásico, un toro poderoso (Trump), de envestidas crudelísimas, está empeñado, con aranceles y exigencias armamentísticas, en raptar a la bellísima Europa, la de la cultura y el pensamiento clásicos, a subirla a su lomo, y a hacerla suya, como ya hizo Zeus, con la preciosa chica fenicia Europa, hija de Agénor, rey de Tiro. Góngora, en sus Soledades, llama a Zeus “mentido robador de Europa”. Y Trump, entre el halago y la contestación, nos roba. Pero al tirar del cesto de la historia del mito clásico, mi desnortada imaginación ha extraído con él, como si de ramilletes de cerezas se tratara, otros frutos del jardín de Montaigne, padre del ensayo, que en uno de ellos plantea si es más conveniente para el vencido halagar al poderoso (como hizo Rutte con el zeus tonante de la gorra de bateador) o enfrentarse, audaz y valiente, al goliat que nos putea, como hizo Sánchez-david, nuestro prodigioso escapista de circo. “El modo más frecuente de ablandar los corazones de aquellos a quienes hemos ofendido”, escribe el ensayista francés, “cuando tienen la venganza en su mano y estamos bajo su dominio, es conmoverlos por sumisión a conmiseración y piedad; a veces la bravura, resolución y firmeza, medios en todo contrarios, sirvieron para el logro del mismo fin”. Todos esperamos, acojonados, el golpe que el zafio robador de Europa descargue sobre nuestra pobre España, después de la arrogante distancia que Sánchez exhibió en la foto de familia al final de la cumbre de la OTAN, ignorando la marca en la que habría tenido que colocarse, y escorándose, señero, unos centímetros del grupo de grillos que al unísono cantaban las alabanzas del zote. Solamente él y Máxima, la burguesa reina de los Países Bajos, con su oportuno remedo de los gestos y simplezas de “daddy” Trump, plantaron cara a la anomalía USA. ¿Cabe esperar clemencia, o vamos ofreciendo el cuello al cuchillo del verdugo naranja?
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