Pensándolo mejor

Miguel Hagerty

De reflejos y sirenas

DE todas las estaciones, la que mejores condiciones ofrece para vernos reflejados por dentro y por fuera es el verano. Con la subida de las temperaturas nos vamos librando progresivamente de múltiples capas de ropa hasta que una tarde, cuando pensamos que aún debería hacer más fresquito, nos observamos de reojo en un espejo cualquiera de casa, o en un escaparate de la calle Mesones -los más preparados para ver nuestro reflejo de cuerpo entero; será por la luz peculiar que la atraviesa como una flecha desde la plaza de la Trinidad hasta Puerta Real-. En la mayoría de los casos, esta visión repentina de uno mismo, tras meses con el esqueleto escondido debajo de prendas de invierno, provoca un buen susto.

Pero son sustos compartidos por todos y entre todos nos concedemos un par de semanas para dejar más piel al aire, calzar unas sandalias, coger un color sanote y, en general, para dejarnos más presentables e ir con la cabeza bastante más alta que cuando hacía cinco grados. Entonces nos vemos reflejados en los demás; incluso empezamos a sonreír y saludar a los que normalmente excluimos de tan civilizado comportamiento (conozco a algunos desde hace casi cuarenta años que sólo me saludan de junio a septiembre).

Cuando llegan las primeras lluvias de estío, se forman charcos en las aceras que nos obligan a afinar la percepción de los reflejos; pero están allí. Cuando una lluvia veraniega acompaña la visita de amigos de fuera y exclaman "¡qué lástima, con las ganas que tenía de ver bien La Alhambra!", les aclaro que han tenido suerte porque una de las grandes bellezas alhambreñas son los suelos de Leones y Arrayanes mojados por la lluvia de julio porque reflejan más colores que un prisma de cuarzo. La Alhambra bañada por las calurosas gotas de verano da un respiro a la creatividad porque es inútil describirla así.

Luego están los reflejos de la piscina comunitaria, municipal o inflable de patio (más baratas que nunca); los de la paellera en remojo; los del suelo recién fregado; incluso, los de la pantalla del ordenador. Los reflejos del Mediterráneo son seductores como pocos porque implican que detrás hay un esfuerzo considerable por haber llegado siquiera a la playita. Son reflejos alegóricos de nuestra fuerza de voluntad. En verano, todo se refleja más.

De todos mis reflejos de verano, el que más me gusta es el de cierta playa del Atlántico. Con la mar picada por el levante, siempre veo a la misma sirenita morena acercarse hacia mí con la melena loca y montada en una ola grande. Lleva un espejo con marco de salitre y, cuando me miro en él, sólo la veo a ella.

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