La tribuna

José María Tortosa

El reto humanitario del siglo XXI

YA nadie puede decir que no se ha enterado del terrible desastre de Haití pues las informaciones que nos llegan por todos lados nos mantienen al día, al minuto de lo que pasa tras el terremoto. Información sobre la pobreza mundial la tenemos a través de bastantes estamentos, organizaciones solidarias, instituciones sociales, religiosas, personas particulares, medios de comunicación, documentales, etcétera. Por otra parte, casi todos los días lo vemos y lo sentimos, aunque sólo sea por la llegada de cayucos a nuestras costas, las personas que piden o duermen en nuestras calles o las condiciones de vida de personas que viven en barrios marginales o sufren la lacra de la droga.

Da la sensación de que no queremos darnos cuenta de ello y esperamos, siempre tarde, hasta que una catástrofe de estas magnitudes nos llama la atención y centra todos los esfuerzos iniciándose un movimiento de "solidaridad caliente" (entendemos por solidaridad caliente la que se produce en momentos puntuales ante hechos de considerable catástrofe, pero que luego se va olvidando) que, como no se organice bien, es otro problema añadido.

Escribo estas palabras con la confianza y la esperanza necesarias para que no sea un artículo más, cargado de pesimismo y lamentaciones, sino todo lo contrario. Quiero hacer caer en la cuenta de que el abandono antes y después de esta crisis a los olvidados del planeta, sea el reto, el gran reto humanitario del siglo XXI. Que verdaderamente y con todos los medios técnicos, científicos, humanos y de todo tipo de los que disponemos, podamos vislumbrar un siglo XXI profundamente centrado en el valor y la dignidad de toda persona de forma afectiva y efectiva, a todos los niveles y en todos los lugares del planeta, pero principalmente en los lugares más necesitados y que son bien conocidos. Ahora estamos llamados a la acción con aportación solidaria de todo tipo, pero también a la reflexión ante nuestros hermanos pobres, representados en este momento en los de Haití, pues hay que centrar la mirada en algo concreto, pero no quiero dejar pasar el olvido tan tremendo que de África tenemos estando tan cerca.

El planeta no puede silenciar por más tiempo a los 250 millones de personas que son víctimas de catástrofes, hambres, guerras, violación de los derechos humanos, tráfico de personas, terrorismo, esclavitud, etcétera, sin contar los que mueren por maltrato o por las drogas de todo tipo que, se concentran mayoritariamente, en los países empobrecidos, y todo ello, por la indiferencia del resto de los países que, ahora nos ponemos a afrontar esta crisis tremenda con la lamentación de que esto es un horror y no hay palabras para describirlo, porque en un país tan pobre como Haití, han sido afectados todos: políticos, religiosos, civiles, escolares, nadie ha escapado al horror acumulado durante años y años. Sólo ha sido suficiente un minuto para hacernos ver lo que teníamos delante y no éramos capaces de ver.

Con este escrito quiero, queremos mantener la esperanza y ser lúcidos para afrontar la reconstrucción del país. Tendremos que ser ingenioso para idear formas de solidaridad que sean verdaderamente efectivas y afectivas. No nos podremos precipitar y, además de la aceleración de los procesos de adopción que se están dando u otras iniciativas que no conocemos, se me ocurre podríamos apostar por el acogimiento temporal en otros países y en familias solidarias a la cantidad de niños y jóvenes o a los que más lo necesiten. Hablo de una especie de contrato si se puede decir así, un contrato de ida y vuelta, un contrato de retorno a su país, una vez que éste se reconstruya, porque ahora entiendo que resultará difícil reconstruir y a la vez alimentar, sanar, curar, proteger y formar ¿no crees? Se trataría de acoger, mantener, formar y, por supuesto, ayudar a curar las heridas físicas y psicológicas con las suficientes garantías de que ello es posible. Cuando se haya normalizado, lo máximo posible, la situación de Haití, entonces devolver a esas personas en otra situación y en condiciones de apostar por su país, por sus gentes, pues llevarán una capacitación añadida recibida de la acogida, el cariño y la solidaridad del resto del mundo. No sólo una capacitación intelectual, sino también humana y para la vida que será la mayor aportación para reconstruir todo un país en este tiempo y para todos los tiempos. No hablo de adopción ni de adueñarnos de lo que no es nuestro con eso de que "a río revuelto, ganancia de pescadores", sino solamente de acogida temporal de calidad.

Esta situación puede enseñarnos mucho más de lo que hubiéramos podido imaginar, pero para ello hace falta quererlo y aunar los máximos esfuerzos. Está en manos de todos el poderlo hacer, pero aún es más responsabilidad en aquellos que nos gobiernan y que dirigen los destinos del mundo tras depositar nuestra confianza en ellos al elegirlos.

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