¡Sean servidores públicos, puñeta!

Qué desastre si los españoles tuvieran el nivel intelectual y capacidad de sacrificio de sus políticos

Se sienten importantes no solo por tener poder sino por verse revestidos por sus símbolos, codearse con sus iguales poderosos o con quienes tienen mucho más poder que ellos, tener cortes de asesores, ser adulados, vivir en un mundo de guardaespaldas, coches oscuros con los cristales tintados, aviones oficiales, despachos suntuosos, hemiciclos cargados de dignidad histórica y representatividad. Pero antes que nada son, o deberían ser, servidores públicos. No se les puede exigir literalmente lo que el mejor de los nacidos exigía a los suyos -"el que quiera ser el primero, sea servidor de todos"- pero sí que no olviden lo que Saavedra Fajardo escribió hace 400 años: "No nacieron los súbditos para el rey, sino el rey para los súbditos". No que sean perfectos, pero sí que sean honestos, inteligentes, diligentes, flexibles en lo que se lo puedan permitir e inflexibles en lo que no admite concesiones… Son requisitos que deben cumplir los servidores públicos y que, vistas sus actuaciones en estos últimos años, no cumplen en su nivel razonable de exigencia ninguno de los candidatos que ayer votamos. Aun así, es lo que tenemos, aunque no nos lo merezcamos, y SÍ NOS REPRESENTAN por mal que lo hagan.

Víctor Hugo escribió: "Entre un Gobierno que lo hace mal y un pueblo que lo consiente, hay una cierta complicidad vergonzosa". Se atribuye a Joseph de Maistre y a Churchill -con Chesterton el hombre al que más frases se le endosan- el famoso: "Toda nación tiene el Gobierno que se merece". Y a Gandhi la más radical: "Si hay un idiota en el poder es porque quienes lo eligieron están bien representados". Tienen razón y a la vez son injustos. Si la media de los españoles tuviera el nivel intelectual, espíritu de superación y capacidad de sacrificio que tienen quienes en este momento nos gobiernan o aspiran a hacerlo, este país tendría un nivel tercermundista. Miren a su alrededor. A la voz familiar que les informa desde las seis de la mañana, al camarero que les pone el café, al conductor del autobús en el que usted va, al médico y al personal sanitario que le atiende, al policía que garantiza su seguridad, al maestro que enseña a sus hijos, al empleado que le atiende… Vean despertarse la ciudad después que tantos miles y miles de despertadores hayan sonado a las seis o a las siete de la mañana. Y convendrán conmigo que a veces de Maistre o Churchill no tienen razón.

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