Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
El suicidio es un tabú, una verdad ignorada y una terrible vía de darse muerte. No puedo asegurarlo con precisión, pero quitarse la vida es, entre los esplendentes protagonistas del futuro, la forma más común de eliminar su presencia por causa no accidental o de fatalidad de salud entre los más nuevos, los adolescentes y los apenas jóvenes. El abismo insondable del sufrimiento de chicos y chicas desesperados, que prefieren dejar de vivir a vivir, es algo ajeno a todo juicio, a simplezas morbosas y a creencias religiosas. Nadie puede alcanzar a interpretar en toda su profundidad qué mueve a un juncal y promisorio muchacho o muchacha a dejar solos a los suyos; a dejarse a sí mismos para siempre, incapaces de soportar el pequeño martirio cotidiano y su crueldad de bestia; el desamparo y la vergüenza.
Los menores ya con vello púbico no deben ser blindados e impunes: ¿inconstitucional?, ¿y? Me pareció valiente y atinado que la consejera de Salud de la Junta afirmara que “con catorce años ya sabemos lo que hacemos”. Hablo de Sandra Peña, que, al volver del colegio, dejó atrás el descansillo de casa, para ir a lanzarse al vacío desde la azotea de su bloque. Quienes le hacían un daño insoportable no deben ser prejuzgados, sino juzgados por la Fiscalía y los jueces, con criterio y ley. Trabajos de esta fea calaña los tienen a saco.
Qué dolor. ¿Fue evitable? Sabiendo poco o nada de las seguro complejas causas del suceso, es desatinado osar dictar sentencia. Este, el de Sandra, es otro mortal y señalado suicidio entre la epidemia de acoso escolar que ha disparado el móvil. O pontificar con fugaces y poco fundadas furias y certezas: condenar ex ante al colegio y sus profesores, por ejemplo. Básicamente, los indicios de crueldad y abuso de los hijos de padres –que denigrarán a la víctima para proteger a sus pequeñas hienas en red social y recreo– deberían mover a la autoridad a expulsar a los maleados e ineducados proyectos de canalla. Con frialdad, hacerles seguimiento.
Yo, de nuevo particularmente, al ver un atisbo de acoso de los malos impunes, que siquiera de lejos corroyera a mi mayor amor y natural fuente de preocupación, desescolarizaría a mi hija y demandaría de inmediato a todo cristo.
No he visto en las redes un #todossomosSandra. Hay cosas lejanas que dan más juego.
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