Tejero conculcó el estado de derecho que consagra –aún– la vigente Constitución Española. En aquel 23F, lejano ya y casi desdibujado en la memoria, la intervención decisiva del rey Juan Carlos en televisión, dejó muy clara la posición de La Corona respecto a lo que estaba sucediendo dentro del Congreso de los Diputados, eso además de las llamadas telefónicas a Milans del Bosch y a algún que otro general reticente en la división acorazada Brunete. Tejero había tomado el Congreso, a punta de pistola y subfusil y se dispuso a esperar a que apareciese la supuesta “autoridad” que tomaría las riendas del asunto. Pero tal “autoridad”, que parece vestía uniforme militar, aunque su cobardía debiera de habérselo impedido, sí le impidió comparecer, aterrorizado, muy posiblemente, por lo que estaba oyendo en la cadena Ser de radio y lo que llegaba a los teletipos de los diarios de alcance nacional.

Este otro golpe de estado, el de ese puñado de políticos catalanes separatistas, cuyos cargos se sustentan en una ley orgánica que desarrolla preceptos de la Constitución, cual es el “Estatut”, sí dieron un verdadero golpe de estado, amparados falsamente en la autoridad que para eso nunca les ha concedido ninguna ley, precepto ni norma en el ordenamiento jurídico de esta nación, que es España, a la que –les guste o no– pertenecen, de ella se nutren económicamente –y muy bien, por cierto– y cual escorpión que ayuda a la rana a cruzar el río, se lanzan a aguijonazos en medio de la travesía, pensando que pueden ser capaces de doblegar al Estado a su antojo. Y casi lo pueden conseguir si logran que alguien, con talante verdaderamente traicionero, modifique las leyes para beneficiar a una minoría delincuente que se levanta reclamando supuestos derechos –que no existen– de autodeterminación –nunca ha sido Cataluña una colonia de ningún país, requisito que exige la ONU para ejercer ese referéndum– y en detrimento descomunal y salvaje de los verdaderos derechos de todos los demás conciudadanos de la nación española.

Bien ha dicho, hace poco más de un día, el ex presidente José María Aznar al afirmar que este atentado contra el estado de derecho es insoportable. Y no llaman sus palabras a ninguna sublevación contra las instituciones del Estado, como le acusan algunas voces del partido ex socialista, onanistas políticos de Pedro Sánchez, que mucho más parece servir los intereses de payasos cobardes, como es el caso de Carles Puigdemont y sus secuaces, que a todos los demás que prometió atender y defender al tomar posesión de la presidencia del Gobierno y como miembro elegido del Congreso de los Diputados.

Por menos de todo eso a Bellido Dolfos se le llama “traidor” en las páginas de la historia de España. ¿Habría razón para llamar a Pedro Sánchez de otro modo? ¿O no?

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