El duende del Realejo

joaquín A. / abras Santiago

Nos va la vida

RECUERDO cuando los debates de investidura en el Congreso de los Diputados llegaban a paralizar el país durante el tiempo en que se producían. Era, entonces, una nación ésta que se hacía a la democracia como sistema, no sólo de gobierno, sino como auténtico código de vida, generalizado entre la gran mayoría de los ciudadanos.

Ha pasado mucho tiempo, sí, las suficientes décadas como para no ofrecer el mismo interés a las nuevas generaciones de españoles, que han nacido en democracia pero, también, en el comienzo de un cierto descrédito del sistema, por el comportamiento de muchos políticos. Entonces, claro está, eran esos debates absoluta novedad. Luego, en el devenir de nuestra propia historia, posiblemente la progresiva pérdida del prestigio del político -así, en general- ha llevado aparejada y en proporción, una cierta pérdida del crédito en ese sistema, en ese modo de gobierno que nos impusimos todos en aquellos finales años setenta, en los que, en el aire, se mezclaba la inseguridad con el deseo, el miedo de unos, con el anhelo de otros por agarrar con fuerza y decisión el timón que condujese nuestras vidas, nuestra sociedad y nuestra nación.

Hoy, en este año en que se cumplen treinta y ocho de vigencia de nuestra Constitución, nos llegan muchas de las instituciones de ella emanadas con demasiadas cicatrices. La gente joven, en general, muy poco quiere saber no ya de política, sino de "los políticos", tal y como se ha ido revelando la imagen social de éstos en estos años más próximos.

Es curioso, siguen empecinados en no establecer modo de restaurar el prestigio social y el crédito entre los más jóvenes, que ahora despiertan al mundo y a la vida y entre los demás, también. Por eso, a la ocupación de proponer las mejores -por más adecuadas- soluciones a los problemas que nos aquejan, que es a lo que se debe dedicar todo político, se hace, cada día, más necesario recomponer la función y la figura de éste en medio de la sociedad. Hoy parece que el mayor mérito de un hombre, de una mujer dedicados a la política no es, ni con mucho, su eficacia, ni sus ideas, sino su intachable comportamiento, su ejemplaridad, su honradez, en fin.

Por eso, posiblemente, el debate de investidura, aparte de que todos sabemos que no llega a ningún puerto -por razón de sumas- no interesa, ni con mucho, como interesaba hace unos años. Creemos poco en lo que se dice. Aunque en ello nos vaya la vida.

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